Tienen el privilegio de disfrutar de unas de las mejores vistas de las Pitiusas pero, más allá de eso, la vida actual de los fareros es mucho más prosaica que la de sus antepasados, rodeada del aura de romanticismo que les concedía el hecho de ser los guardianes de la luz de las costas de Ibiza y Formentera.
Santi Ribas tiene 52 años y es el último farero en activo de las Pitiusas y, junto al equipo de Señales Marítimas de Autoritat Portuària de Balears (APB), se encarga del mantenimiento de alrededor de cuarenta faros y balizas de Ibiza y Formentera.
Ribas forma parte de una de las últimas promociones, ya que aprobó la oposición a farero en el año 1985. Este título le ofrece la posibilidad de tener vivienda gratis dentro del faro de es Botafoc, donde vive desde hace más de dos décadas.
«Tengo una disponibilidad de 24 horas al día, lo que significa que me pueden llamar a cualquier hora por una emergencia», explica. Sin embargo, su trabajo dista mucho de los antiguos fareros de las Pitiusas, la mayoría de los cuales tenían que vivir aislados del mundo en pequeñas islas como sa Conillera, Tagomago, es Penjats o d'en Pou donde tenían que estar en vela durante las noches. Antiguamente, los faros eran cuidados por dos torreros que vivían en su interior acompañados de sus familias en un espacio muy pequeño, en el que solo recibían contacto y víveres del exterior dos veces por semana a través de un servicio de lanchas que los transportaban.
Tras su automatización, los faros cuentan ahora con sistemas informáticos que les permiten encenderse y apagarse de manera automática cuando anochece y amanece y que proporcionan datos a tiempo real sobre sus constantes vitales, así como alertas en caso de avería.
Gracias a esto, el equipo de Señales Marítimas de APB en las Pitiusas trabaja básicamente en los talleres que tienen junto al puerto de Ibiza donde se dedican a hacer reparaciones de boyas o de equipos electrónicos y solo se desplazan cada dos meses aproximadamente a las pequeñas islas para revisar que todo está correcto. Su trabajo consiste en ser «chico para todo», como cuenta Enrique Marí, jefe del equipo del departamento de Conservación y Señales Marítimas, que viaja junto a Ribas en una lancha conducida por el patrón Toni Torres en sus trayectos en barco alrededor de las Pitiusas. «Somos informáticos, electricistas, fontaneros y nos encargamos también de que los faros estén limpios», explica.
En los islotes de considerable tamaño como sa Conillera o Tagomago, disponen de un motocarro para desplazarse hasta el faro, que la mayoría de las veces no funciona porque se ha quedado sin batería por la falta de uso. Una vez en el interior del faro, comprueban mediante un ordenador que todo funciona bien y revisan los mecanismos que permiten su funcionamiento. El mayor inconveniente de este tipo de trabajo son las condiciones meteorológicas ya que, en caso de que se levante viento y el estado del mar empiece a empeorar deben de solucionar cuanto antes la avería para poder salir rápidamente de la isla.
Cuando preguntan a los fareros del siglo XXI cómo ven su futuro la respuesta es siempre la misma: «Este oficio está acabado», señala Santi Ribas. Todo apunta a que este servicio acabará externalizándose y serán técnicos cualificados los que se encarguen del mantenimiento de los faros. Para los más románticos, sin la dedicación de los fareros, la luz de los faros perderá un poco de destello.
LA NOTA
Un oficio declarado en extinción desde 1992
La ley de Puertos y de la Marina Mercante declaró en 1992 la extinción oficial del Cuerpo de Técnicos Mecánicos de Señales Marítimas. A partir de ese momento, dejaron de convocarse oposiciones a este cuerpo y, por tanto, en el momento en que se jubile el último farero, este oficio dejará de existir después de más de siglo y medio al cuidado de las luces que iluminan nuestras costas.
El cuerpo de fareros se constituyó en el año 1851 y su reglamento les obligaba a hacer turno de vigilancia continuos y se encargaban de la defensa del faro armados con bayonetas.
LA NOTA
El negro futuro de los faros
La implantación de las nuevas tecnologías augura un futuro incierto para los faros como sistema de localización. Hasta la utilización de sistemas de GPS, la luz de los faros era imprescindible para la navegación. Cada faro dispone de su propio destello que lo identifica, lo que permitía antiguamente a los patrones de los barcos saber el lugar donde se encontraban mediante la consulta de una carta náutica.
El historiador y navegante Pere vilàs es también pesimista acerca del futuro de los faros pero cree que deberían ser reconvertidos en museos para no perder un patrimonio cultural. «Yo quisiera que los faros tuvieran futuro por la carga de romanticismo que tienen y por respeto a las familias que han vivido en ellos durante años », señala.
De la misma opinión es Mariano Juan, un farero ibicenco jubilado, que recuerda los tiempos en que los barcos llevaban ‘corns' para hacer señales en el mar. «El faro es un elementonecesario para la navegación. El GPS permite a un barco navegar sin la yuda de un faro pero no hay nada tan seguro como una luz ante un peligro », concluye.
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