El sistema jurídico español es muy estricto en asuntos donde está en juego la privación de la libertad. Los fiscales, y más si hay un jurado, suelen jugar a caballo ganador. No pedirán nunca grandes penas de prisión si no hay pruebas que avalen la acusación. No valen los indicios, las coincidencias y las meras sospechas. Cualquier resquicio que pueda despertar la duda razonable, echa para atrás un caso, por mucho que el sentido común diga que el sospechoso es más culpable que un gato cubierto de sangre junto a una jaula abierta y sin pájaros.

El axioma.

Las fuerzas policiales españolas tienen que trabajar con estas premisas. Lo explicaba muy bien un veterano de la Isla, ahora destinado en el puesto de Sant Antoni. «Si uno llega diciendo que ha matado a su mujer, con eso no vale. Hay que demostrarlo».

Medallas.

Por eso, para la Guardia Civil y la policía, la menor precaución es poca en un país acostumbrado a tirar de rumor y a la de mandos y políticos dispuestos a colgarse medallas en cuanto ven la oportunidad. «Sabemos dónde está el sospechoso, pero no podemos decir nada.». Premio. Y el sospechoso ya está con la mosca en la oreja.

Baptista.

El seguimiento, localización y captura de Paulo César Baptista, el exportero del Ushuaïa buscado desde este verano por la muerte de Abel Ureña, es el último ejemplo de la presión que tienen que soportar nuestros investigadores. El presunto escapó probablemente porque, quizás, en vez de que un agente le llamara para que se entregara (cuando el guardia desconocía en su totalidad la gravedad de la agresión sufrida por Ureña) debían de haber ido directamente a por él, cerrando las salidas de la Isla. Pero a toro pasado todos somos Manolete.

Tormenta.

Desde entonces, los investigadores tuvieron que soportar las críticas, incluida una investigación de la Fiscalía (se desconoce si oficial) para saber si hubo alguna irregularidad como tal, hecho que no se concretó. La Guardia Civil tuvo que esperar durante cuatro meses en la tormenta. Sus agentes fueron calladamente recogiendo datos, siguiendo los pasos de Baptista y confiando en que sus colegas holandeses pudieran poner el broche a su trabajo. Todo para que ningún hilo pudiera desprenderse de la maroma con la que tenían atrapado a Baptista cuando él mismo se jactaba entre sus amistades de que la Guardia Civil no iba a poder echarle la mano encima.

En verde.

Ahora, gracias a ello, ya sabemos dónde está el portero. Sin ese silencio, sin ese trabajo (incluido el de morderse la lengua), Baptista probablemente estaría hoy en día en Brasil y no pensando en que tendrá que volver a Eivissa, y escoltado, a su llegada cuando le toque comparecer en el juzgado, por uniformes de verde.