JAVIER JIMÉNEZ Dolor, mucho dolor. Tanto, que no había espacio para nada más que no fuera el recuerdo emocionado de Eusebio Ebulabate. La comunidad guineana y muchos españoles enterraron ayer en el cementerio de Palma al adolescente asesinado, en una impresionante manifestación de luto y duelo.

A las doce menos cuarto del mediodía una de las salas del tanatorio de Son Valentí presentaba un aspecto inusual: decenas de personas, la mayoría de color, lloraban discretamente por el joven fallecido. Eusebio, el padre, estaba ausente, destrozado. Su sostén, no sólo físico, era su actual esposa, Conchi, madrastra del adolescente. Alejada de ellos la madre biológica, Enriqueta.

El pésame duró un cuarto de hora y luego la comitiva salió a la entrada de las instalaciones, a esperar al coche funerario. El vehículo, cubierto de coronas, cubrió el trayecto entre el tanatorio nuevo y el cementerio viejo, seguido de una masa enlutada y triste. «Justicia, justicia», repetía una señora guineana, al borde del desmayo, casi histérica. Sin embargo, la serenidad era casi total. La comunidad guineana dio toda una lección de saber estar, de responsabilidad. «No es hora de echar más leña al fuego, no queremos que nuestros jóvenes alienten las venganzas», justificaba un veterano guineano, que caminaba junto a Cecili Buele.

A lo lejos, una patrulla de la Policía Local seguía discretamente el desarrollo de los acontecimientos. El coche fúnebre dejó el ataúd en manos de un grupo de amigos de Eusebio, que lo portó durante 200 metros, hasta el edificio de Finisterre Seguros. Fue un trayecto emotivo, desgarrador. Parecía eterno; el paso era lento, las miradas ausentes. Al silencio frío le sucedía algún llanto espasmódico. Y luego volvía la calma. «Ahora estaba buscando trabajo. Le gustaba mucho el fútbol sala y quedar con sus colegas», contaba una de las chicas. Otra, a su lado, llevaba el luto literalmente encima: en su camiseta oscura rezaba «Siempre en mi, Bertín».