«Es increíble cómo disfrutan los niños cuando ven a los patitos», comenta emocionado un abuelo que lleva a su nieta de seis años al parque casi a diario. «Ella no deja de pedirme que la traiga a ver a los pollitos y pensar en traerles comida todo el tiempo». La imagen de estos pequeños patos no solo despierta el interés de los más jóvenes, sino también de personas mayores, quienes ven en esta familia un símbolo de vida y esperanza en medio de la rutina urbana.
La presencia de estos nuevos habitantes ha aumentado la popularidad del parque, un oasis verde en pleno centro de Vila. Cada vez más vecinos se detienen a observar a los patos, quienes, ajenos a la atención que generan, nadan y exploran el estanque. Esta actividad diaria ya forma parte de los rituales de muchos: «Yo he contado hasta 13 pollitos», comenta una vecina entusiasta, mientras otra advierte sobre los posibles peligros: «Espero que no venga algún perro o gato y los asuste». Sin embargo, otro visitante la tranquiliza asegurando que «el macho es muy territorial y no permitirá que nadie se acerque demasiado». Esta observación es compartida por varios vecinos que visitan el parque diariamente y observan cómo los padres cuidan y protegen a los pequeños, brindando un espectáculo conmovedor de la naturaleza en plena ciudad.
La diversidad animal en el parque no se limita a los patos. Rafaela, una visitante frecuente, comentaba este martes que «hoy he visto por primera vez una tortuga en el estanque; cada vez hay más animales aquí». Su marido, Francisco, añadía entre risas: «Solo faltan cocodrilos». Entre risas, cuentan también sobre el día que vieron una rata en los arbustos, subrayando el contraste de este pequeño ecosistema con la vida urbana que lo rodea.
Rafaela y Francisco, vecinos de Vila, visitan el parque casi a diario, disfrutando de la tranquilidad y observando cómo cambia el entorno con el paso del tiempo. Rafaela menciona que en menos de un año ha presenciado hasta tres crías distintas de patos, lo que, para ella, es una muestra de la renovación constante y el ciclo natural de la vida en el parque.
«Pulmón verde»
Para muchos residentes, el Parque de la Paz representa un lugar especial, un «pulmón verde» que no siempre fue tan cuidado como ahora. «Este parque no tiene nada que ver con lo que era hace unos años», comentaba Francisco. «Ha mejorado mucho y es uno de los espacios que se han hecho bien en Vila. En este mundo sobran tanques y faltan parques», añadía con un tono reflexivo. La mejora del parque ha sido un logro celebrado por la comunidad, que lo ha adoptado como un espacio fundamental para la convivencia, el esparcimiento y la conexión con la naturaleza.
Entre quienes disfrutan al máximo de este espacio está Eliette, una niña pequeña que, cada vez que su familia viene a Vila, pide pasar por el parque para ver a los patitos. Su padre, José Antonio, explica que, aunque viven en Sant Agustí, cualquier excusa es buena para acercarse al Parque de la Paz y que, para Eliette, los patitos son la principal atracción. «Es un lugar único para nosotros, y a ella le encanta», afirma.
Así, el Parque de la Paz sigue consolidándose como uno de los pocos refugios naturales en el corazón de Vila. Con cada nuevo habitante y cada pequeño cambio en la fauna, el parque refuerza su papel en la vida cotidiana de los vecinos, quienes disfrutan no solo de un espacio verde, sino de un pequeño rincón donde la naturaleza y la ciudad conviven en perfecta armonía.
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Ojalá no desaparezcan como el gallo de Juan XXIII, que hace ya 3 semanas que no lo ve nadie.