Mientras Carmen Torres, una ibicenca nacida en la zona de Talamanca, cuenta los devenires de la vida que le han llevado a residir en una autocaravana y, más concretamente, en elasentamiento de la zona del polígono de Es Gorg, se puede observar como llega otro vehículo arrastrando una pequeña caravana. «Otro nuevo» comenta Carmen al percatarse del vehículo, que parece dispuesto a asentarse en la    zona. Y es que cada vez son más quienes ligan su vivienda a asentamientos como éste.
Los asentamientos y poblados crecen de manera lenta, pero aparentemente imparable en la Ibiza del lujo y la moda. Hace menos de una semana que se desalojó Can Rova, pero son muchos los puntos de la isla donde quiénes no tienen acceso a una vivienda se ven resignados a vivir.

Uno de los primeros ejemplos de asentamiento fue el del parking de Sa Joveria. Durante un tiempo empezaron a acumularse ahí las caravanas y autocaravanas, y el número de residentes se aproximaba mucho al centenar de personas
Sin embargo, todo cambió cuando, hace poco menos de tres meses, el Ayuntamiento de Ibiza instaló en la entrada un galibo de 2,10 metros de altura. Altura suficiente para que los turismos y vehículos similares puedan pasar, pero que impide la entrada tanto a caravanas como a autocaravanas, de una altura mayor. Por este motivo, a día de hoy queda tan solo una pequeña muestra de lo que este campamento llegó a ser.

Sa Jovería

Apenas quedan entre veinte y treinta personas en la actualidad debido a la instalación de dichos galibos.    «Aquí el que sale ya no puede volver a entrar» comenta una de esas personas que sigue residiendo en el parking de Sa Jovería. Él sigue ahí, según cuenta, porque por motivos médicos está más en Valencia o Palma que en Ibiza, pero explica «que la mayoría de la gente se ha ido a otros lugares, a otros asentamientos».

Este hombre opina que, limitando el acceso con galibos o desalojando a la gente ,como en Can Rova, lo único que se consigue es desplazar el problema hacia otro lado. «Aquí somos todos trabajadores. La gente aquí se dedica a la limpieza, a servir copas, taxistas, conductores. Hay de todo, pero no somos delincuentes», ha querido recalcar este residente de Sa Jovería, justo antes de marcharse junto a su hijo.

Aunque sigue habiendo algunas presentes, lejos quedan aquellas imágenes en las cuales las caravanas y autocaravanas formaban auténticas filas de viviendas ambulantes. Otra mujer que sigue en este ahora pequeño asentamiento dice haber sentido muy de cerca lo que ha pasado en Can Rova: «incluso he llorado por ellos», afimra. Dice que ahora está mucho más tranquila ahí, pese a no poder mover su caravana, ya que si lo hiciera, no podría volver a entrar. Cuenta que a la los allí presentes se les etiquetó su vehículo como «vehículo abandonado», lo que hizo a muchos marchar a otro lugar.

Es Gorg

La mayoría partió a una zona muy cercana, la del asentamiento de Es Gorg, a poco más de un kilómetro de Sa Jovería. Ahí se encuentra ahora mismo esa mujer ibicenca que daba comienzo a este reportaje. Ella trabaja en el sector de la limpieza y, hasta hace no tanto vivía en un pequeño piso en Ses Païsses. Un día le subieron el alquiler, y las cuentas dejaron de salirle. Por ello, hace poco más de dos años buscó por internet y encontró la autocaravana en la que ahora reside, que compró por 10.000 euros. «Ahora me ofrecen entre trece y catorce mil euros», asegura.

Cuando adquirió la autocaravana se instaló, como tantos otros, en el parking de Sa Jovería pero, entre la instalación del galibo y las etiquetas ya citadas, decidió irse hasta Es Gorg, muy cerca de donde ella se crió. «Quienes se han quedado ahí la mayoría es porque no pueden circular», cuenta Carmen. Bajo su punto de vista, una solución necesaria sería que desde el Ayuntamiento se habilitarán espacios para que caravanas y autocaravanas se instalaran de manera legal.

Justo al lado de ella hay dos autocaravanas más, puestas en fila. Los conoce bien, fueron las amistades que hicieron en el antiguo parking de Sa Jovería, donde se conocieron. Ahora se han ido juntos «para cubrirse los unos a los otros». Ella ha notado que en los últimos días está llegando gente con motivo del desalojo de Can Rova. Al preguntarle a Carmen sobre si le preocupa que les pueda pasar algo similar a lo que pasó ahí, asegura que no, que en Ibiza «hay muchos rincones a los que ir».

Hay quienes ya reaccionan con furia el asunto de la vivienda: «estamos hartos todos de la situación que vivimos», expresa otro de los residentes en dicho asentamiento, el único sitio en el cual «todavía puede estar tranquilo». Visiblemente enfadado explica que «el trabaja para ganarse la vida, pero que no puede acceder a una vivienda y mantener a sus dos niñas». Cree que los caravanistas tendrían que unirse para protestar por la situación en la que tanta gente se ve envuelta.

La persona que se encuentra con él es Javi, un joven que pone su parte de calma. Ha notado como ha crecido la población desde el desalojo de Can Rova. «Yo no quepo de pie en el vehículo en el que vivo», cuenta resignado por la situación en la que vive. «No se puede ni mantener uno mismo. Tiene que haber un límite, porque si la gente se va de la isla pronto no habrá suficientes servicios. Se puede echar a la gente de un descampado, pero de la isla no pueden echarlo», añade. Explica que en su momento les pidieron que mantuvieran al máximo la limpieza en el lugar para que no «surgieran las órdenes de desalojar» y que le preocupa que, aumentando la afluencia de gente, esto sea cada vez más complicado.

Can Burgos

Otro de los campamentos que más ha proliferado en los últimos meses es el de Can Burgos, por la zona de Sant Jordi. Pese a ello, su estructura es muy diferente a la que muestran los anteriores. Si en    Sa Jovería o Es Gorg lo que imperan son caravanas y autocaravanas, en Can Burgos lo que imperan son las pequeñas tiendas de campaña tan habituales en cámpings y tan poco como residencia habitual de personas.

Entre los matojos del lugar, además de dichas tiendas de campaña, se acumulan por doquier las chabolas hechas con palés de madera, los colchones sacados fuera de las tiendas, tratando de huir del calor que provocan éstas, que convierten el interior en auténticos hornos en pleno verano, y los residuos que genera la gente que vive en dicho lugar.