El presentador Toni Ruiz (izq) y el cineasta Enrique Villalonga, minutos antes de la grabación. | Moisés Copa

El cineasta Enrique Villalonga participa en el programa de Toni Ruiz, Bona Nit Pitiüses Entrevistes de la TEF, y repasa aspectos desconocidos de su vida, además de explicar sus últimos proyectos. Considera que hasta hace poco el séptimo arte no ha tenido la categoría de disciplina artística, viéndose más como un tipo de espectáculo enfocado a lo comercial que a expresar ideas o emociones.

—Dirige una productora que trabaja en Ibiza y además de estudiar y formarse en el séptimo arte, también se formó como pintor.
—-Desde pequeño siempre dibujaba en los libros de texto y los tenía llenos de dibujos. Empecé muy joven a hacer cortometrajes, con 12 o 13 años, y antes de rodarlos ya los tenía dibujados. Tenía una idea gráfica, pictórica, y ello siempre me ha ayudado mucho a la hora de dedicarme al cine porque coordinar los rodajes es algo complicado y el hecho de tener cierta habilidad para dibujar me ha permitido comunicar ideas a un equipo de una manera gráfica y visual, lo cual ha ayudado mucho. Es verdad que a nivel profesional, primero estudié Cine y después Bellas Artes y llegué a hacer hasta exposiciones de pintura en Ibiza, en Barcelona y Holanda y no me fue nada mal. Tuve después la oportunidad de llegar a la docencia como profesor de Dibujo en un instituto.

—¿Se ha ganado mejor la vida como pintor que como cineasta?
—Debo decir que como pintor no perdí dinero. De hecho, recuerdo una exposición en Barcelona en un centro de La Caixa y cuando estaba montando, antes de abrir ya había vendido dos cuadros a los trabajadores del banco. Siempre me quedó la sensación de que podía haber tirado un poco por ahí, por la pintura, porque mal no me iba. Lo que sucede es que, en un momento determinado de mi vida, pensé que lo que hacía era igual muy comercial y se estaba repitiendo y necesitaba probar con otro tipo de pintura, más oscura o expresionista. A partir de allí, probé, me equivoqué, y probé otros campos en el cine y, al final, vas dejando de pintar y ahora regresé a ello hace unos cuatro años.

—¿Ha vuelto entonces a pintar?
—Sí, regresé debido al Covid y usando acuarelas pinté unas figuras muy controvertidas, con un cierto erotismo y expresionismo. Igual no es un arte para colgar, pero siempre tiene mucho color porque mi estilo es muy vitalista, muy echado para adelante, pero abordando temas oscuros. El hecho de comenzar a pintar, me ha llevado de nuevo a pintar la abstracción que hacía cuando era más joven, pero siempre con un pie en la figuración. El punto de partida es la figura humana.

—Mucho del trabajo cinematográfico que ha hecho tiene que ver con los grandes pintores, la artesanía en general, que existe en Ibiza y Formentera.
—Sí, entre 2012 y 2016 hice una serie de documentales titulados Aiguallums, monográficos sobre algunos artistas y colectivos en los que yo estaba con los artistas filmando todo el proceso creativo. Igual duró un año. Recuerdo, por ejemplo, al fotógrafo Toni Planells. Lo acompañé a una zona de Salinas donde dejó una placa de material fotosensible y regresamos un año después a recoger la placa porque se había terminado ya la exposición fotográfica. En aquel momento yo no estaba produciendo como pintor, pero fue una forma de mantener el contacto con este mundo creativo..

—Si hablamos de este colectivo de grandes artesanos, muy grande en Ibiza y Formentera, podemos decir que es uno de los atractivos turísticos. Hablar de esa Ibiza mágica que es capaz de brindar esas aspiraciones excepcionales, aunque poco se promocionan esos artistas.
—Es una de esas preguntas del millón. Ibiza, antes de la Guerra Civil, comenzó a promoverlo muy poco porque después estalló el conflicto y en los años 60 empezó lo que perduraría hasta el actual turismo de masas y allí sí que se tenía una visión de la isla reflejada en películas y prensa que mostraba un lugar de artistas, que atraía sobre todo a artistas visuales, pero también a escritores. La isla tiene una luz espectacular y es normal que llame. Era muy publicitada en todo el mundo como un destino artístico y, de hecho, cuando hice un documental sobre Erwin Betchold entre 2007 y 2009 entrevistamos al pintor Carlos Sansegundo, ya fallecido, y recuerdo que él decía que en los años 60 Ibiza tenía tantas galerías como Nueva York. Igual, era un poco exagerado, pero lo que él quería decir es que aquí había un ambiente cultural enorme. Todo esto, al final, se ha ido perdiendo y es verdad que el tipo de imagen al que está orientada la isla, más en relación a las discotecas, se come a las otras islas.

—En estos momentos, cuando somos víctimas de la tecnología, estas maravillas que podemos ver, estas creaciones sensacionales, no tienen tecnología, siendo una de las pocas formas que nos quedan de conectarnos con la tierra.
—La artesanía sí tiene una tecnología, pero igual no es digital, aunque existe un uso de las herramientas y un conocimiento de las técnicas del pasado. Yo soy un producto de la era digital y no podría haber existido cuando se filmaba en celuloide porque los gastos de producción eran enormes. Empecé a finales de los 90 y he podido hacer lo que he hecho porque me he aprovechado de la tecnología digital. Lo que pasa es que, como alguien que trabaja mucho con pantallas, lo que añoro es el ‘feedback' que tienes. Con una pantalla es algo muy estéril y terminas saturado, cansado, y acabas un trabajo, pero el feeling que tienes con la pantalla no te aporta algo positivo. Sin embargo, cuando trabajas con las manos, tienes un feedback diferente. La pintura o el barro son materias vivas que aportan otro tipo de enriquecimiento personal.

—¿Dónde iremos a parar con la Inteligencia Artificial?
—Yo leí una noticia que me quedé asustado. Unos delincuentes tomaron el audio de una niña americana que estaba haciendo un Erasmus en Europa. Habían cogido el sonido de unos vídeos, lo retocaron y se lo mandaron a los padres de la niña. Usando su voz, y con IA, decían que la joven había sido secuestrada en Europa y que tenían que pagar una cantidad de dinero. Es otra aplicación de la IA y hay muchos sectores que no tendrán ninguna ética en ello y está al alcance de todos. Siempre pienso que hay una tecnología maravillosa, pero no sé si estamos a la altura a nivel moral. Tenemos un móvil, que es casi como un ordenador. Tenemos la capacidad de tener este dispositivo, pero no la ética para pensar si un acto como escuchar música con el móvil o ver un vídeo y tener el volumen muy alto, es positivo para el resto de gente que está en nuestro mismo espacio.

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—Su padre fue alcalde de Ibiza.
—Yo era muy pequeño. Era el año 82, creo. Fue una persona muy honrada y estoy muy orgulloso de que siempre me han hablado de una manera muy positiva de mi padre. El otro día entró en mi negocio una mujer que trabajó con él y me dijo que estaba muy agradecida porque la había ayudado en un momento determinado. Para mí y para mí familia es un honor y podemos ir con la cabeza muy alta. También él era de otra generación. Nosotros vivíamos en Dalt Vila y mi padre bajaba andando para ver lo que se hacía. No era una persona aislada de la realidad de la ciudad. Por ejemplo, creó los jardines del Eixample y mejoró mucho Dalt Vila. Creo que aportó mucho.

—Y posiblemente no se ha hecho con él demasiada justicia porque no es de las figuras más recordadas.
—Tengo muchas tentaciones y algunas se pueden decir y otras no. Mi familia es muy interesante porque es muy amplia. Mi padrino era el escritor Enrique Fajarnés Cardona del que tengo un pequeño recuerdo. Sí tengo la curiosidad de hacer un documental sobre mi abuelo materno porque fue un militar que abandonó aquí a su familia y se fue a trabajar a un circo. Tenía muy buena puntería con la pistola, era subcampeón de España, y estuvo en un circo en los años 50. Yo también tengo muy buena puntería y el hecho de hacer fotos, de usar la cámara, creo que tiene cierta relación. Es una figura que me atrae mucho. Más allá de ello, se puede hacer justicia con mi padre sin necesidad de que su hijo haga un documental.

—Está trabajando en un documental sobre las tentaciones de la gente mayor.
—Hice muy buenas migas con unas compañeras rodando un documental para el GEN y pensamos que el tema de la sexualidad entre los mayores de 65 a 90 años es muy interesante. Primero, porque el sexo es un tema tabú y esto ya siempre es interesante. El sexo siempre muestra los límites de nuestra sociedad. La violencia no, porque por la televisión vemos cómo se muere la gente y nos parece normal, pero el sexo marca mucho cuáles son nuestros límites morales. Además, ellos vivieron el cambio socioeconómico de Ibiza, una Ibiza preturística. El turismo, además de aportar un mejor nivel de vida, aportó un contacto con mucha gente y abrió otros tipos de sexualidad, de relacionarse. Es un trabajo de investigación y a ver qué sale de toda esta gente que ha vivido estos cambios. Va bien, pero no es algo que toque temas morbosos y, a pesar de ello, cuesta mucho encontrar a gente que quiera ponerse frente a la cámara y hablar de cómo conoció a su pareja o si recibió algún tipo de educación sexual.

—Mostrará tantas realidades sexuales y sociales diferentes.
—Sí. Entrevistamos a una persona de unos 70 años y dijo algo muy interesante. Él dijo que posiblemente su sexualidad actual puede ser más enriquecedora por haber vivido en una isla como Ibiza en la que, aunque existe un posicionamiento conservador, también ha sido un lugar tolerante. A la hora de disfrutar la sexualidad en la etapa adulta, seguramente ese cambio social de la isla habrá sido positivo.

—También en el mundo del folklore ha trabajado con los ‘cantadors'.
—Sí, hicimos un proyecto del que estoy muy orgulloso. Lo encargó el Arxiu d´Imatge i So del Consell d´Eivissa. Con Susana Cardona, que es quien hizo las entrevistas, formamos un equipo bueno y llevamos cuatro o cinco entrevistas. Yo soy ‘vilero' y muchas cosas del folklore no las conocería de no ser por este trabajo. El tema de los ‘sonadors' fue muy difícil porque, a priori, era un tema un poco espeso, pero a través de la música y de cómo se seleccionaron las entrevistas, quedó un documental muy entretenido. Lo dije en su momento y lo digo ahora. La figura del sonador tiene algo de mito. Había un sonador que, cuando estaba de luto, no podía tocar porque estaba mal visto. Para practicar, se iba en un llaüt para que nadie lo oyera. Esta integridad es algo como mítico que me llama mucho la atención.

—Se habla mucho de que son personas reservadas, cerradas, que difícilmente hablan de su arte.
—El documental está basado en entrevistas a ‘sonadors' en activo. Antes, sí hubo como una crisis en el sentido de que estaban desapareciendo y no existía un relevo. Ahora, el tema está bien y hay muchos ‘sonadors'. No sé si tengo este conocimiento del ‘sonador' como una persona introvertida porque ellos nos han hablado con mucho cariño de sus maestros.

—Volviendo a su etapa como docente, ¿qué recuerdo tiene de esta etapa?
—En Barcelona disfruté muchísimo y la ciudad me encantó. Hablamos de finales de los 90 hasta el 2005. Me gustó mucho estudiar Bellas Artes y el ambiente que encontré y me relacionaba con gente de las islas. Me gustó mucho la gente de Bellas Artes, a diferencia de la de la escuela de Cine, donde había un ambiente más competitivo. La etapa como docente me gustó porque yo hago las cosas con pasión y el hecho de poder hablar con gente joven abierta a nuevas ideas es algo que disfruté. La docencia, sin embargo, me hizo sentir que tenía que actuar más tiempo como policía que como profesor y ahora incluso sería como un militar y al final eso resta placer a la profesión. Tampoco es lo mismo tener una plaza fija que una de interino, como las mías. Fue una etapa en la que me curtí mucho porque en dos años pasé por siete institutos. Tengo un recuerdo bonito y me gustó. Una sustitución que hice en Formentera durante todo un año me permitió ver la evolución del alumnado y fue muy bonito cuando ves que lo que has hecho a nivel de disciplina funciona y que los niños lo agradecen. Cuando ves cómo han integrado el conocimiento que les han dado, es muy bonito.

—En mayo, impartirá en Formentera una conferencia sobre el cine que allí se ha filmado. Hay muchas películas.
—Realmente, el tema que más conozco es el cine hecho en Ibiza. Es apasionante y debemos pensar en las filmaciones a nivel industrial que empiezan en los 60. Es muy interesante pensar en los motivos por los cuales ha venido una industria de fuera, pagando unos costes más elevados para rodar en las islas. Esto nos dice la imagen que hay fuera. Hay una anécdota de una película filmada en 1969 con Serrat que encarna a un pescador que a través de una turista inglesa descubre un nuevo mundo interior y un mundo sexual que no le da su pareja de Ibiza. La película se basa en un libro ambientado en la Costa Brava. Tengo una entrevista del director de la película que explicaba que Ibiza, en aquel momento, era más interesante a la hora de vender la película fuera. En pocos años, la explosión turística se reflejó en cosas así, que una película fuera readaptada para poder ser grabada en Ibiza.