Trabajadores y sin techo
Arantxa y Laura son dos de las trabajadoras sociales del centro de día de Cáritas. Allí, tal como explicaba Arantxa atienden cada día, «entre 40 y 50 personas a la hora de comer. Para el desayuno vienen hasta 60». Sobre el número de personas que duermen en las calles ibicencas, la trabajadora social reconocía que «no hay ningún dato oficial, mientras calculaba que «alrededor de un centenar, aunque es posible que haya más gente de la que no tenemos constancia». «Con la llegada del verano hemos notado un incremento de personas» declaraba la trabajadora social, que describía el perfil de estos usuarios como «Hay un perfil de personas de más edad, pero estas suelen ser las que atendemos a lo largo de todo el año. La mayoría de usuarios que vienen en verano son hombres de entre 40 y 50 años en su mayoría. Personas que vienen a hacer la temporada y no se encuentran con lo que esperaban. Sobre todo, se han encontrado con el problema del alojamiento». Sobre nacionalidades, Arantxa aseguraba que «Son de muchas nacionalidades y de muchos lugares de España. Ibiza es un lugar muy atractivo desde fuera, pero, cuando llegan, se encuentran con una realidad muy distinta. A lo mejor encuentran trabajo enseguida, pero tienen otro tipo de necesidades (generalmente habitacionales) que no pueden cubrir: Los recursos que ofrece la isla son muy limitados y son procesos muy largos para acceder a ellos». «Hay que ayudarles. No son gente invisible. Son personas con una problemática, que atraviesan un bache con el que cualquiera nos podemos encontrar», remataba Arantxa, afirmación que su compañera, Laura, subrayaba que «en Ibiza he visto una línea muy fina y evidente entre las personas sin hogar y la población con recursos».
Un ejemplo de la dificultad a la hora de mantener un empleo cuando no se dispone de techo es J.T. Este camarero profesional, de 48 años, asegura haber tenido varios trabajos este mismo verano. «El problema es que, a las pocas semanas de haber empezado (todavía no había cobrado mi primera nómina), me puse a dormir en un portal, con la mala suerte de que era en el que vivía el encargado. A la mañana siguiente me echó a la calle». La historia de este catalán no acaba aquí. El camarero, que ya había trabajado en otras temporadas en Ibiza, asegura que en pocos días encontró otro trabajo mientras seguía contando con la ayuda de Cáritas, pero, «tuve la mala suerte de que el jefe vive justo delante de las instalaciones, me vio su mujer y me volvieron a echar. Dijeron que me rodeaba de gentuza. Esta gente no es gentuza, somos una familia». A día de hoy, duerme en la calle a la espera de encontrar una pensión donde pernoctar, «ahora que han acabado los closing será más fácil».
Usuarios
Jacinto también es español. A sus 69 años tiene problemas de espalda y de visión y es usuario de Cáritas desde hace siete años. Electricista, mecánico, panadero y oficial de primera de la construcción como oficios durante su vida, asegura cobrar una pensión no contributiva de 480 euros al mes. Cantidad que no le llega más que para pagar una habitación a la espera de una vivienda de protección oficial «que no llega nunca. Hace mucho que estoy esperando».
Sílvia y Zana son dos de las pocas mujeres que requieren los servicios de Cáritas. Sílvia, es usuaria desde 2013 y hace unos años también echa una mano durante unas horas en la misma entidad para compensar los 400 euros del SMV que recibe mensualmente. Sin embargo, los ingresos no le llegan para encontrar y vive en la calle, «¡suerte que tengo Cáritas!» Exclamaba emocionada mientras se quejaba de que «mientras tanto, los bancos tienen tantos pisos cerrados». Zana asegura que «tenía una casita muy modesta, sin agua ni electricidad», pero que, tras un grave accidente, «entró un ocupa y ahora no puedo volver». Desde entonces vive en la calle y acude a Cáritas para recibir la ayuda que necesita.
José tiene el poder de derribar prejuicios a la hora de atribuir orígenes extranjeros a las personas sin techo solo con pronunciar sus apellidos ibicencos. Este ‘miqueler' de 61 años, y de familia humilde, trabajó durante décadas como ganadero en Santa Gertrudis «hasta que la empresa cerró la granja». Cuenta que vivía «en una casita que tenían para los trabajadores, pero claro. Al cerrar la granja tuve que marcharme donde vivían mis padres». El granjero explica que sus padres murieron al poco tiempo y que los caseros le subieron tanto el alquiler, que se tuvo que marchar. «Estuve unos meses en la calle hasta que me cogieron en el albergue. Con la ayuda de 460 euros que cobren del SEPE no me llega para una habitación», lamentaba.
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