Vladimir es de Trostyanets, un pequeño pueblo a 30 kilómetros de Rusia. Allí vivía con su mujer enferma y con su nieto mayor, que a sus 27 años es reclamado por su gobierno para militar en contra la invasión rusa.
A sus 70 años Vladimir no podía imaginar que le tocaría vivir en primera persona un conflicto armado: «Al principio los rusos empezaron a robar y saquear tiendas, farmacias, almacenes y hasta autobuses. Luego empezaron a bombardear».
El refugiado ucraniano explicaba cómo las bombas rusas han transformado por completo el paisaje de su pueblo, «había muchas casas quemadas y derruidas. Todo lo que puede suceder en una guerra ha sucedido en mi pueblo». Vladimir cuenta que su familia se refugiaba de los ataques rusos escondidos en una esquina entre dos muros fuertes y resistentes porque, recordaba, «ha sido muy duro».
Largo viaje
Para Tania, la hija de Vladimir, que a la vez hacía de traductora, la situación tampoco ha sido nada fácil al no poderse comunicar con fluidez con su familia. Tal como explicaba, la comunicación se limitaba a «una vez al día cuando mi sobrino nos mandaba un mensaje diciéndonos que estaban vivos».
Tania explica que el momento clave para la huída de su padre de Ucrania tuvo que ver con la noticia de los corredores humanitarios: «Mi sobrino se enteró de la noticia de los corredores humanitarios. Entonces cogió a su abuelo y le dijo vamos, no podemos morir aquí».
En ese momento Vladimir comienza un viaje de cerca de 1.000 kilómetros, atravesando Ucrania de este a oeste, para reunirse con su hija Tania en la frontera polaca. «Estuvimos muy felices de vernos», declaraba Tania emocionada.
Sin embargo, ni Tania ni Vladimir han terminado su pesadilla con parte de su familia todavía en Ucrania. «Mi madre y mi sobrino siguen en Trostyanets, pero gracias a Dios la ciudad ya está libre» explicó ayer la hija de Vladimir. Otro factor al que hace referencia es la confianza en sus paisanos: «Todos los vecinos están juntos. Ahora en Ucrania están todos unidos; si tocas una puerta te van a abrir».
Vladimir está más que agradecido con la ayuda que está recibiendo desde su llegada a Ibiza. Por el momento, ya ha conseguido el permiso de residencia en España durante un año y la tarjeta sanitaria. Padre e hija esperan en Ibiza el día en el que puedan reunirse con la familia y hablar en pasado de esta experiencia.
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