Mi sobrina Carlota no me cree cuando le explico que leer durante el confinamiento le permitirá viajar a lugares lejanos. Niega con la cabeza y me mira como si estuviese loca, aunque a sus seis años para siete, como le gusta resaltar, es probable que todavía no pueda entender la magia de un hábito que nos está salvando la vida a muchos. Tengo varias amigas con las que he creado el término ‘libros felices’ para generar una biblioteca imaginaria que compartimos, habitada por obras que nos hacen sentir bien cuando se nos escurre su última página. No tienen por qué ser de la misma temática, ni están incluidas en la categoría de ‘autoayuda’, sino que ubicamos en esa estantería metafórica títulos como El despertar de la señorita Prim, La Elegancia del Erizo o El tiempo entre costuras. Son libros totalmente dispares, de esos que te abren mucho el corazón y los ojos para plantearte el verdadero color de las cosas bonitas o ponerte en pieles ajenas. Nuestros libros felices son una puerta en estos días de confinamiento desde la que podemos escapar durante unas horas del acoso de este estado de alerta en el que vivimos. Sus letras dan calor, como el vino o el sol que tanto añoramos y me atrevería a decir que incluso abrazan.
Coronavirus
Libros felices
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