—Después de su poemario Los años resistentes, ¿por qué ha dado el salto a la novela?
—Bueno la idea viene de lejos. El germen fueron unos capítulos que fui publicando cada semana en Facebook, gracias a la insistencia de Rebeca Beltrán, que fue quien me animó, y con fotos de Alejandro Marí y Jordi Salewski. Y, ahora, todo aparece en un libro con 50 capítulos de unas dos páginas cada uno. Rápido y sencillo de leer. Ideal, creo, para tiempos en los que cada vez somos más perezosos a la hora de ponernos delante de un texto.
—¿Y por qué lo ha decidido publicar una década después?
—Un poco como suelen pasar estas cosas, por casualidad. Un día hablando con Neus Escandell, de Balàfia Postals, le comenté que tenía unos textos que podrían ser interesantes. Se los enseñé, le pareció bien y cómo se salía un poco de lo habitual en mi trayectoria, decidió publicarlo.
—Pero que la gente se quede tranquila, no va a dejar la poesía.
—No (Risas). Esto ha sido sólo un paréntesis de cara a las redes, que ahora se ha convertido en una novela lírica. La poesía sigue y seguirá muy presente en mi vida.
—¿La novela está ambientada en Ibiza?
—Sí. Es una crónica de mis años ibicencos. Del tiempo que llevo viviendo aquí, desde que llegué en 1974 hasta hace diez años, cuando terminé de escribir los artículos. Son textos donde se puede comprobar cómo ha cambiado y la decadencia que, según mi opinión, ha sufrido la isla.
—Entonces los personajes, Alice y Peter, ¿tienen algo de autobiográfico?
—El que lo tiene es un amigos de ellos, también periodista y poeta (risas). Pero bueno, se podría decir que Alice y Peter tienen mucho de mí. Para ella he extraído mi parte más femenina, haciendo un homenaje a la mujer, y es más optimista y divertida, y de él mi lado masculino, y es más gruñón, cascarrabias y protestón... como yo (Risas).
—Ambos son chicos guapos, estudiantes de arte y llegaron en 1974 encontrándose una isla de la que apenas queda nada... ¿Pasa revista a la historia de Ibiza en su texto?
—En parte sí. Estos dos personajes ficticios se ven envueltos en situaciones que yo viví en primera persona en mis primeros años en la isla. Por ejemplo, son invitados a una fiesta del conocido falsificador Elmyr de Hory o sufren las persecuciones que hacía la Guardia Civil a los nudistas de Ses Salines, llevándote a un cuartelillo del que solo salías pagando 1.000 pesetas y amenazándote de que si te volvían a coger te echaban de la isla.
—De eso ya no queda nada. ¿Siente nostalgia de aquella Ibiza?
—Nostalgia no, pero sí me da pena ver cómo ha cambiado y cómo ya no queda nada de aquella Ibiza hippy, llena de libertad y amor por la naturaleza. Cómo hemos destrozado su virginidad como isla y cómo esa evolución, casi en su mayor parte, nos ha traído cosas negativas de las que, yo al menos, me arrepiento muchísimo.
—¿Hay que tomar medidas?
—Bueno, la intención de Alice Carroll y Peter Pan venden piso en Ibiza también es crear conciencia. Los tiempos nunca vuelven, pero hay que ser conscientes de que no todo vale. Hay que cuidar nuestra isla sin pensar en el beneficio fácil porque si no llegará un momento en el que matemos, como dicen muchos, la gallina de los huevos de oro. Y es entonces cuando nos arrepentiremos.
—¿Y para que no vuelvan los años oscuros?
—Sin duda. Viendo la situación actual, los riesgos existen. No pensemos que todo está ganado porque perder lo que hemos conseguido es más real de lo que creemos.
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