Las viviendas con vistas a Dalt Vila son las más cotizadas pero este no es el caso del chamizo hecho por Kike debajo de un olivo. «La vista es impagable», dice Kike Pérez. Esta es una de las personas sin hogar en Eivissa que accede a mostrar el lugar en el que vive, pero con la condición de no decir su ubicación exacta. Se trata de una tienda de campaña hecha con plásticos, su tejado es una loneta con publicidad de una discoteca y su cama está hecha con los restos de una portería de fútbol. Hay también un tendedero, una bicicleta, una mesa con varios tetrabrik, un pila de lavadero y un montón de objetos procedentes de la basura. «He intentado desde que estoy en la calle no perder la dignidad, ser honesto conmigo mismo y no robar», añade.

Kike comparte su tienda con «su compadre», como lo llama, un colombiano que tiene trabajo pero no gana suficiente para pagar un alquiler y por eso tiene que vivir en la calle. En este mismo paraje, semioculto en otro árbol, hay otra infravivienda hecha con plásticos en la que viven dos parejas. En el otro extremo de la ciudad vive Jacinto, con más de 60 años, en una tienda de campaña y como única compañía de un gato.

En ambos casos, el de Kike y Jacinto, fue una separación matrimonial la que truncó las vidas de estos hombres. «Son decisiones desafortunadas en la vida que te llevan a estar en la calle. No es solo una cosa: drogas, separación, pérdida de un trabajo o falta de arraigo familiar», apunta Belén Torres, la responsable del centro de día.

Jacinto es más reacio a mostrar donde vive desde hace cinco años. «Me gusta estar solo. Soy un poco ermitaño. La tienda la he montado yo, con dos tubitos y un plástico y vivo con mi gatito». Operado de una lesión de espalda, confiesa que ahora «esta un poco en baja forma». Desde hace cuatro meses es usuario de Cáritas, «me visto por ellos», dice. También recibe los tuper con la comida y le están ayudando para que este sexagenario pueda cobrar una ayuda. «Pido salud y fuerza», dice.

La invisibilidad está muy presente. «Es horroroso, si te ven un poco aseado te pareces a ellos pero si no, es como si no fueras una persona», apunta Jacinto. Gustavo Gómez, coordinador de Cáritas, lamenta la falta de sensibilización: «El 90% de la gente que viene a Cáritas es un encanto, no se duchará todos los días pero es un encanto», insiste. Además, advierte que nadie es ajeno a perderlo todo en 24 horas: «La línea es mucho más fina de lo que pensamos, un día tienes un trabajo y al día siguiente estás en la calle».

Kike, que pasó de tener un trabajo en la administración pública a perderlo todo tras su separación, asegura que «la gente te obvia, yo le llamo pasarela indiferencia». «No soy un número. Me siento persona igual que otro, viva debajo de un olivo o no. Me hace gracia cuando dicen que la gente de la calle bebe cerveza, es lo único que alimenta y anima». Kike lleva en la calle desde 2008. «Me metí yo en el pozo, lo tengo clarísimo. Estoy asomando la cabeza, vivo en mi olivo y estoy buscando trabajo. He estado trabajando pero no te da tu tiempo a meter el pie, porque necesitas una fianza. Antiguamente podía meterme en pisos patera por 200 euros, pero ahora ni lo he encontrado. En 2007 tuve cinco curros diferentes. Ahora todo eso se ha evaporado. Si se puede trabajar, lo hago, y si no, agradecidos a Cáritas», comenta.

El caso de Kike y Jacinto no es el único. Está Juana que vive con su hijo en una caravana «sin luz, agua y mucha humedad» a las fueras de la ciudad o Bernardo, un alemán residente en la isla desde hace veinte años, que vive como okupa en una casa de Santa Eulària y comparte una habitación con cuatro personas. «En Santa Eulària somos alrededor de medio centenar de personas que no tienen casa», dice. Son historias de personas, todas con nombres y apellidos que viven en la calle, y que en la jornada de hoy, la del Día de las Personas sin Hogar, son las que viven cada día Kike, Juana, Jacinto y Bernardo.

LA NOTA

200 personas sin hogar pasan por el centro de día

Alrededor de unas 200 personas sin hogar, con nombres y apellidos, han pasado por el centro de día de Cáritas, donde coinciden Jacinto y Enrique. “El centro de día es su refugio, su espacio. Aquí están tranquilos y seguros, ven la televisión y leen el periódico. Los jueves toca cine”, dice Belén Torres, responsable del centro de día de Cáritas. El jueves pasado, tras el flashmob de Vara de Rey, se fueron todos, técnicos y usuarios, a una torrada en Sant Llorenç. La relación es buena. De hecho, si se produce algún conflicto en el centro de día, bien porque algún usuario ha tomado drogas o tiene un brote por una enfermedad mental ya que muchos están sin diagnosticar, el resto de usuarios colabora. “Cuando hay algún conflicto lo calmamos entre todos, nos apoyamos, no hay distinciones”, añade Belén. “Me siento muy protegida, sabes que puedes contar con ellos”, interviene Natacha Quitack, trabajadora social. Enrique se encarga cada mañana de recoger los desayunos que donan las pastelerías para el centro de día de Cáritas. También ayuda en tareas de limpieza. Desde el verano vive en el campo. Hace cinco años se apuntó por primera vez al albergue, “pero nunca me llamaron”. Gustavo Gómez recuerda que el actual albergue “tiene 20 camas y es inadecuado para la isla”. Natacha apunta al problema de la vivienda y el empleo. “Se necesitan alquileres accesibles, son muy caros. Los que tienen ingresos les queda poco dinero para finales de mes, son los más afortunados, pero malviven. Si encuentran una habitación, les echan cuando llega la temporada de verano. También faltan trabajos protegidos para los que necesitan un poco de apoyo y empleos normales y corrientes para personas que puedan cumplir”.