Aunque el origen de esta noticia comenzó hace unos días cuando su hija, Maribel, se puso en contacto con PERIÓDICO de IBIZA Y FORMENTERA para ver si podíamos ayudar a su padre «a cumplir su sueño de volver a visitar el lugar donde se crio y donde vivió cinco años maravillosos», realmente la historia se remonta más de ochenta años atrás. En Barcelona, la madre de Luis sufrió una serie de desdichas que la obligaron a dar a su bebé en adopción –su novio y padre de su criatura murió atropellado por un tranvía y ella, cuando dio a luz, sufrió escarlatina, lo que le impidió darle el pecho– . Por ello, el pequeño Luis fue uno de los niños a los que embarcaron desde Barcelona rumbo a Eivissa huyendo de la Guerra Civil. Aquí pasó cinco años, desde 1934 a 1939, aunque como es lógico, apenas recuerda nada.
«Era una casa de campo que tenía muchos árboles, uno de ellos un pino torcido en la parte derecha, muchas viñas, un gran patio a la entrada y algunos caballos, uno de los cuales murió durante mi estancia», recordó el propio Luis en conversación teléfonica con este periódico. Además, uno de los datos más importantes es que la vivienda sufrió un pequeño incendio en el que el pequeño Luis se quemó un poco la cara, a la altura de la patilla. Y del resto nada más, salvo un nombre, «el de Antonieta Bandera, la mujer encargada de llevar a los niños desde Barcelona a Eivissa».
Según el protagonista de la historia, la vivienda podría estar en la zona de Sant Josep, aunque no es seguro. «Hace unos años cuando viajé a Eivissa con mi mujer y marchaba en autobús camino del aeropuerto vi unos campos que me recordaron vagamente a mi niñez, aunque no puedo confirmarlo al cien por cien porque yo entonces era muy pequeño», explica con la memoria tremendamente lúcida este hombre de 81 años de edad.
Una historia de película
Tras su paso por Eivissa, Luis Álvarez Alonso fue devuelto a la Casa de la Caridad de Barcelona, situada en la calle Montealegre y actual Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, donde vivió durante diez años hasta que una familia lo adoptó para que trabajara en su finca de la comarca del Penedés. Allí permaneció hasta que tuvo 21 años, cuando harto de dejarse la piel sin cobrar nada, decidió fugarse gracias al dinero que le prestó un amigo. Llegó hasta Vilafranca, donde se asentó, comenzó a trabajar en distintos oficios y llegó a regentar durante 45 años dos pescaderías, a pesar de que, como asegura con una gran sonrisa, «apenas sé leer y escribir, sumar, restar y multiplicar».
Además, su historia se completa con otro hecho igualmente emocionante: consiguió conocer y vivir con su verdadera madre muchos años después. Según nos contó emocionada su hija Maribel, «la mujer regresaba cada cierto tiempo a Barcelona con sus pocos ahorros para ver si se sabía algo de su hijo, hasta que un día, trabajando al servicio de una familia, la señora de la casa le dijo que conocía al chico del que le hablaba constantemente porque era íntima amiga de la persona que llevaba el orfanato» Y dicho y hecho, madre e hijo lograron conocerse varios años después y, finalmente, ella se fue a vivir a Vilafranca con su hijo.
Una historia con final feliz. Ahora para completar el círculo, a Luis Álvarez Alonso solo le falta encontrar la casa donde pasó cinco años «maravillosos» de su vida.
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