La ibicenca María Torres Torres vino al mundo un 21 de febrero de 1915 en el seno de una familia humilde de Dalt Vila. Así que hoy en Valencia, ciudad donde reside junto a su familia, celebrará sus cien años con una gran fiesta a la que acudirán sus hijos y sus nietos. Y por si fuera poco, mañana en la parroquia le han preparado una misa en su honor.
Una señal de que María se encuentra en perfecto estado de salud. No en vano, contesta al otro lado del teléfono con inusitada lucidez y aunque tiene algún problema de movimiento lógico de su edad, es capaz de recordar su niñez y su juventud en Eivissa como si hubiera sido ayer. Todo un privilegio porque, entre otras muchas cosas, ella es la única superviviente de la primera generación de la Escuela de Enfermeras Sociales que puso en marcha en 1932 la Caixa de Pensions y que en Eivissa fueron conocidas popularmente como las enfermeras de Santa Madrona.
Algo que supuso todo un logro para una mujer como ella, procendente de una familia humilde pero también muy querida en Eivissa desde que sus abuelos cuidaran durante un tiempo de la iglesia de Santo Domingo. María nació en Dalt Vila, en una casa grande que aún se conserva, debajo de la muralla, entre la calle Poniente y la de Santa María. Después, y cuando ella ya estudiaba en el colegio de La Consolación, se mudaron al número seis de la calle Pere Tur, en una vivienda que posteriormente, en los años sesenta, fue reformada por el conocido arquitecto alemán Erwin Broner.
Su padre, después de trabajar en la salinera ejerció de enfermero en el hospital y gracias a su influencia y a la de Isidor Macabich, decidió renunciar a su vocación de maestra y en lugar de matricularse en magisterio decidió, con menos de veinte años, inscribirse en la Escuela de Enfermería que se acababa de crear en Eivissa gracias a un acuerdo que había adoptado la Caixa de Pensions como modo de premiar los magníficos éxitos económicos que había conseguido durante sus primeros quince meses de implantación en la isla.
Dos años de estudios
Allí estudió durante dos años junto a otras trece mujeres, teniendo como profesores a Cèsar Puget Riquer, como responsable de Principios de las ciencias físico naturales aplicadas a la medicina; Joan Medina Tur, profesor de Elementos de la anatomía y fisiología humana; Joan Villangómez Ferrer, encargado de Nociones de bacteriología e higiene; Isidor Macabich Llobet, profesor de Ética profesional de las enfermeras sociales, y Antònia Bergadà de Borrell, encargada de impartir el Curso práctico de vendajes. Finalmente, el mes de julio de 1933 realizó con éxito sus exámenes finales y tras pasar un mes de prácticas en Barcelona comenzó a ejercer de enfermera.
Su primer trabajo fue atendiendo a la madre de Mariano Llobet, pero a su muerte se incorporó a la Clínica Villangómez donde atendió a buena parte de la aristocracia y la burguesía que florecía en la zona de Dalt Vila. Tal es así que María puede presumir de haber tratado a personajes claves de nuestra historia como el propio Isidor Macabich, Ignasi Wallis, el novelista Jordi Juan Riquer, o el arqueólogo y político Carles Román Ferrer.
Su magnífica labor en esta clínica no pasó desapercibida y fue captada para formar parte de la delegación en Eivissa de Auxilio Social, una organización de socorro humanitario constituida durante la Guerra Civil y que luego acabó englobada dentro de la Sección Femenina de la Falange Española. De hecho, María llegó a ser la delegada de esta organización durante cinco años y durante los primeros años de la posguerra fue considerada por su belleza, carácter e independencia como la imagen ideal de la Sección Femenina en la isla.
Se marchó a Albatera
Y entonces, cuando era una mujer muy querida y valorada en Eivisa se cruzó el amor. Conoció a Manuel Bernat Cánovas, «un hombre guapo, elegante y educado» del pueblo alicantino de Albatera que le robó el corazón, y acabó dándole el sí quiero. Tras casarse con él dejó Eivissa y se fue para Alicante llegando como una mujer demasiado adelantada para lo que allí estaban acostumbrados. Con él vivió los momentos «más felices de su vida» y tuvo cinco hijos, Mª Nieves, Teresa, Gertrudis, Joan, que aún reside en Sant Antoni, y Joaquín, nacido cuando ella tenía 47 años.
Sin embargo, nunca ha podido olvidarse de su tierra y por ello siguió viniendo en compañía de sus hijos y les trasladó su pasión por Eivissa. Tal es así que los mayores recuerdan con una gran sonrisa los tiempos en que pasaban varios meses estudiando en Alicante y en la Consolación y sus épocas de juegos en la casa de sus abuelos, los padres de María, en la calle Pere Tur. Una relación que jamás se ha roto ya que aunque ahora casi todos viven en Valencia, incluyendo nuestra protagonista, disponen de una vivienda aquí. «Eivissa es mi tierra, allí he vivido buena parte mis mejores momentos y por eso siempre la llevaré en mi corazón», sentencia María, como siempre, tremendamente lúcida.
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