Pedro Abril, nació en la localidad madrileña de Aranjuez hace 55 años, aunque viéndole trabajar con los cuchillos, las tijeras o las herramientas junto a una puerta del Mercat Nou de Vila bien podría haberlo hecho en Ourense, conocida como la Terra da chispa por ser el lugar de donde partieron los primeros afiladores. Es más, asegura con mucho sentido del humor que muchos de sus clientes le preguntan constantemente si es gallego y que él siempre responde lo mismo: «Lo intento».
Lo cierto es que Pedro Abril se ha convertido en el único afilador que siguen ejerciendo su labor de manera artesanal en la isla. Y es que mientras otros emplean nuevas tecnologías él sigue pedaleando su tarazana de madera todas las mañanas de los martes en Santa Eulària, y de los miércoles, jueves y viernes en el Mercat Nou de Vila.
El inicio de su relación con este oficio, cuyo origen en nuestro país está asociado a Ourense, comenzó hace siete años cuando este carpintero de profesión, experto en fabricar juguetes, decidió construir una máquina de afilar para explicar este ancestral oficio en la feria Eivissa Medieval. La idea tuvo tanto éxito que ahora se dedica profesionalmente a ello. «Todo fue un poco por casualidad pero viendo que había una plaza vacante decidí presentar mi solicitud y la verdad no me va del todo mal a pesar de que soy tan barato que casi cobro en maravedíes», bromea sin parar de darle al pedal.
En este sentido, Pedro asegura que ha experimentado un aumento de clientes. Algo que queda demostrado en apenas media hora. Acuden a él desde nostálgicos a todo aquel que se ha dado cuenta que «que ya no hay que tirar un cuchillo o unas tijeras porque no corten». La mayoría de sus clientes valoran su «rapidez y eficacia». «Trabaja muy bien porque es capaz de afilar prácticamente cualquier cosa que le traigas y en muy poco tiempo y, además, porque también arregla navajas e instrumental antiguo en su propia casa», aseguraba Catalina, una compradora que se confiesa «asidua» al Mercat Nou y a los servicios de Pedro Abril.
Tarazana de museo
Sin embargo, esto no podría ser posible sin su fiel compañera, una tarazana artesanal de algo más de 40 kilos que casi parece sacada de un museo. De hecho, la construyó hace siete años y es una versión de otra de 1930 que hay en el Museo de Santo Estevo, un monasterio benedictino de la Ribeira Sacra, con la única salvedad de que el esqueleto y la rueda están hechas con madera de roble «mucho más elástica y ligera» que la madera de castaño que se solía usar tradicionalmente.
Además Pedro ha empleado pino para otras piezas y lo único que no ha fabricado él es un precioso yunque, «hecho por un conocido de Eivissa a partir de una ballesta de camión» y que emplea para enderezar las piezas que lo requieran. Incluso, este madrileño se ha permitido «el lujo» de que sus cojinetes sean los tradicionales de cuero bien engrasados y de colocar el punto de apoyo para no afilar de lado sino de frente.
Atractivo turístico
De hecho, su tarazana es tan espectácular que se ha convertido en un atractivo más de su trabajo. «Creo que podría ser una fuente de ingresos alternativa porque no te imaginas la cantidad de turistas y niños que se fijan en ella y que incluso me piden permiso para hacerse fotos conmigo», bromea Pedro.
Sin embargo, el trabajo de afilador no es nada sencillo por más que el madrileño lo haga con sorprendente rapidez. «Primero hay que pasar el filo por una piedra de óxido de aluminio que se mueve con el pedal, después se hace lo propio por la piedra de grano fino, y finalmente, se concluye la operación rozándo el filo recién pulido por una pieza de cuero que previamente ha sido embadurnada con una pasta especial que permite darle brillo y eliminar los residuos que hayan quedado». Ahí queda eso.
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