Tras una hora de misa y ante la impaciencia de muchos de los presentes a las afueras de la Iglesia de Santo Domingo, salía por la puerta del templo la procesión del Santísimo Cristo del Cementerio bajo un respetuoso silencio, sólo roto por los redobles de los tambores.
Desde allí y con muy poca expectación en las calles por parte de los vecinos y alguna más por parte de algunos turistas que lanzaban fotos y grababan vídeos sin saber muy bien que pasaba, empezó su recorrido por Dalt Vila.
En un principio su paso fue lento, sobre todo al salir del templo y enfilar la calle General Balanzat donde los cofrades llevaron la imagen con sumo cuidado, bajo el sonido de las cornetas y tambores de la Banda de Cornetas y Tambores de la propia cofradía.
Una vez superadas los primeros y complicados giros, su paso empezó a acelerarse al mismo ritmo que bajaba el mercurio de los termómetros, afectado sin duda por la humedad que siempre se nota sobre manera en el Baluarte de Santa Lucía.
Sin embargo, los cofrades, que iban bien pertrechados para la ocasión con guantes de lana fila, estaban tan emocionados y concentrados que en ningún momento del recorrido por Dalt Vila notaron la fría brisa que hacía temblar a algunos de los que estaban en las aceras para ver pasar a sus familiares.
Así, en silencio y con el recogimiento que caracteriza a la Cofradía del Santísimo Cristo del Cementerio, que actualmente cuenta con unos 300 cofrades inscritos concluyeron el recorrido, llevando de nuevo a su imagen hasta la Iglesia de Santo Domingo, donde había salido a las nueve de la noche.
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Por esas calles de Dalt Vila, el cristo del cementerio y el Ecce-homo recorriendo con un profundo silencio es de lo más emotivo de estas procesiones pre-semana santa