Los niños miraban atentos los movimientos de los danzarines actores. Fotos: GERMÁN G. LAMA

medio día unos 250 alumnos de primaria e infantil del CP Santa Gertrudis formaban un semicírculo en la plaza de la iglesia del pueblo convertida en escenario teatral por un rato. Allí, aparecía por la puerta de la iglesia un operario de la construcción o más bien un mecánico despistado que no dejaba de mover enormes cajas de cartón con una carretilla. Pero al colocarlas en el suelo y al darse la vuelta para coger la siguiente, éstas comenzaban a moverse por toda la plaza como si tuvieran vida propia. Las carcajadas de los niños parecían una única voz sonando todas a la vez. Con la representación de esta obra teatral en la que se mezclaban elementos de danza, sketchs de clown y de mimo, celebraban los menores las fiestas de su patrona. La compañía de danza Mariantònia Oliver venida desde Palma fue la encargada de representar ayer la obra infantil la Petita Lula.

Participación

A los quince minutos de representación algunos niños, los de menor edad, comenzaban a perder la atención, «mira ya se están distrayendo», comentaban uno profesores. Pero la mayoría, abstraídos por la música y el contoneo de los bailarines movían sus menudos cuerpos al ritmo de la melodía que se escuchaba desde todos los rincones de la plaza.

El momento más divertido llegó justo a tiempo antes de que los niños fueran incontrolables. Por grupos, los escolares y también los profesores tuvieron que salir en escena. Mientras, el narrador contaba la historia sobre una niña de Santa Gertrudis y su pez Eusebio. Cuando empleaba determinadas palabras todos debían hacer un movimiento concreto. Así, al decir, por ejemplo, alfombra todos a la vez debían tumbarse con los brazos abiertos y boca arriba. La coreografía se hacía al ritmo la música y con un ritmo cada vez más acelerado, hasta que a algunos pequeños no les daba tiempo a terminar un paso para empezar el otro. La historia iba adquiriendo una dificultad mayor ya que el contador de la historia les intentaba confundir y despistar. Todos los grupos fueron pasando y haciendo su propia coreografía cuando el narrador gritaba: «Cuento contado, cuento acabado».

Natalia Salazar

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