Unas alumnas ensayan los pasos durante la clase del miércoles de danza africana. Fotos: LAURA L. MARÍN

Un, dos, tres; delante, detrás, abro y cierro. Vamos a repetirlo una vez más y estar atentos a los ritmos de los pies» eran las palabras de Cristina Rosa dando indicaciones a los 30 alumnos que asisten hasta hoy al curso de danza tradicional africana que ha impartido esta semana en Eivissa.

Los aprendices con los pies descalzos y con el torso lleno del sudor que provoca el esfuerzo repetían una y otra vez los pasos para hacerlos cada vez mejor. Al comienzo de la clase los ejercicios se efectuaban despacio, a un ritmo pausado; y a medida que se iban teniendo más dominados y el ritmo del djimbé se iba haciendo más acelerado y más enérgico, los pasos se convertían en una danza cuyo ritmo casi provoca la caída de la paredes de la escuela de Eric de Bont. Al finalizar el ensayo, extenuados pero sonrientes por el logro conseguido, los aplausos de ánimo servían de alimento para volver a practicar los pasos aprendidos. Una y otra vez hasta que casi todos los movimientos estuvieran dominados.

Cristina Rosa, que se ha formado, entre otros lugares, en el mismo Senegal, les explica la técnica de este baile basado en las danzas tradicionales del oeste de Àfrica. «El truco para aprender la técnica de la danza africana es saber de dónde viene el movimiento. Como el resultado del baile es con tanta intensidad y con tanta fuerza parece que todo es lo mismo. Pero no, a lo mejor el movimiento viene del torso, de la cadera, o viene de un brazo y se refleja en el resto del cuerpo», matizó la profesora. Esta danza era propia de la etnia malinké y la empleaban para la seducción. Lo cierto es que estos tipos de bailes tradicionales «se utilizan para situaciones de la vida cotidiana. Hay cantos, músicas y movimientos que los emplean las mujeres para acompañar sus tareas domésticas, para cocinar, para lavar la ropa», afirmó. Pero hoy en día la danza africana está profesionalizada y «está basada en lo tradicional pero hay muchísimos coreógrafos y ha evolucionado mucho. Me encanta cuando veo como los coreógrafos van mezclando movimientos con algún ritmo tradicional y le van metiendo otras cosas nuevas. En Dakar está el ballet nacional y toda la danza africana está llevada por profesionales coreógrafos», comentó la docente.

La clase continuaba con las explicaciones de Cristina al son de la música que interpretaban Iván Sanjuán y Fidel Márquez. Músicos y profesora marcaban los cambios de paso, para convertir todos los ejercicios en el baile final, ya una coreografía de Makuru casi perfecta. Los sonidos del djembé y de los dunduns, instrumentos de percusión de Àfrica, eran cada vez más contundentes. «Se trata de una danza de energía. Cuando empiezo las clases, a los alumnos, tengan experiencia o no, les digo que sientan la energía de la música y de su ritmo», explicó Cristina.

Tras una dura clase llegó el turno de la relajación y los ejercicios de estiramiento que son desarrollados en silencio y sobre el suelo. La música había cambiado ya de tono para dar paso a los sonidos suaves y envolventes del balafón, el xilófono africano. Poco a poco los treinta alumnos se fueron sentando en el suelo y relajaron piernas, brazos, espaldas y cuellos. Respiraciones controladas y a un ritmo sereno fueron cerrando la clase. La intensidad del ritmo africano cedió ante la serenidad y la calma.