Sobre las 11'25 de ayer, al noroeste de María (Almería) se registraba un pequeño temblor de una magnitud de tan sólo 1'9; poco antes, a las 10'51, a unos 40 kilómetros de Santa Cruz de Tenerife había otro de 2'5, y mucho más cerca de las Pitiüses, concretamente a 28 kilómetros al suroeste del cabo de Santa Pola (Alicante), se producía un temblor de 2'4 de intensidad. Son tres ejemplos recientísimos que indica n que la actividad sísmica en nuestro país no sólo no es nula, sino que es constante, aunque afortunadamente suele pasar desapercibida por la población.

Las Pitiüses, por tanto, no tienen muchas posibilidades de sufrir un terremoto de gravedad, como el que en los últimos días asoló San Giuliano di Puglia, al este de Italia, con decenas de víctimas. «Existir, existe», dicen los expertos, que reconocen que la zona en la que se encuentran no ha sido aún suficientemente estudiada y que señalan que la historia no confirma, de momento, esta contingencia. No es fácil que los temblores que suelen azotar zonas como Grecia o, más aún, Turquía, además de las proximidades de la zona volcánica mediterránea, lleguen a tener algún día su epicentro en las cercanías de Balears, siquiera.

En la península, la actividad se centra en el contacto entre la placa africana y la placa europea. La interacción de las placas entre las Azores y el estrecho de Gibraltar no está demasiado bien determinada; es un área poco definida y muy mala para el estudio, declaran.

En la actualidad, los terremotos se miden en la escala Msk, que da valores a los movimientos en función de su violencia y sus consecuencias. El tope de la intensidad está en el nivel 12. Entre los valores 2 y 3 la población nota algunos temblores; a partir del 7 llegan los daños estructurales, con la mayoría de la población atemorizada. Con un 9, todo tipo de construcciones sufren daños, hasta carreteras y raíles ferroviarios. En el último grado habría hasta grietas y desplazamientos importantes del terreno.