Vicente Granero, cartero rural en el municipio de Sant Antoni, comienza todas las mañanas su jornada en una típica oficina de correos, junto al resto de sus compañeros. Pero a media mañana, mientras el resto de los mensajeros inicia el habitual recorrido por las calles del pueblo, Vicente coge su motocicleta y se 'pierde' por los miles de enrevesados caminos que hay en Eivissa, en su caso concretamente en la zona de Sant Antoni.

«Al principio, hasta que uno se conoce la zona, es duro acostumbrarse, pero luego es muy bonito, el contacto con la gente es más estrecho y te agradecen mucho el servicio», comenta este cartero que lleva más de siete años en su puesto. En Eivissa hay alrededor de una decena de enlaces rurales, mientras que en Formentera son cuatro las personas encargadas de este servicio. Pedro Moyá, responsable a nivel balear de la cobertura de reparto, tiene muy claro que Eivissa es «un caso complejo».

La ocupación de la isla está muy diseminada, el crecimiento ha sido muy elevado a la par que desordenado y en muchos puntos no existen las direcciones postales; estas características hacen necesaria, como asegura Moyá, «una especialización del trabajador sobre la zona», y complica las sustituciones de estos empleados. Tanto Vicente Granero como el resto de los enlaces rurales tienen un sistema de trabajo algo particular: deben marcarse su propia ruta (para reconocer las casas por su nombre o por el del camino de acceso) o simplemente hablar con la gente de la zona para dar con las casas más escondidas. «Preguntando se llega a Roma», apunta Vicente.