S uele pasar. Las huelgas se llevan a cabo donde y cuando más daño pueden realizar. Tal fue la situación, sin ninguna variación sobre el guión, que encontraron los pasajeros de un avión charter que debía partir hacia Eivissa desde Barcelona el pasado lunes por la noche. En el mostrador de facturación se informaba de que el vuelo partiría, con un ligero retraso, sobre las 23'00 horas. Eran las nueve de la tarde, por lo que la mayoría de pasajeros optó por aprovechar los tickets ofrecidos por la compañía y cenar en alguno de los establecimientos de la terminal. Y este sería el único momento relajado de la noche. Casi camufladas, algunas fotocopias colgadas por las terminales advertían de la huelga de personal de tierra emprendida ese mismo día.
A las once se anunciaron nuevos retrasos en un gran número de vuelos. Algunas voces de protesta, procedentes sobre todo de un grupo de pasajeros que se dirigían hacia Palma en dos vuelos distintos, comenzaron a retumbar en la sala de espera mientras el personal de las compañías aéreas comenzaba a poner cara de póquer al ver lo que se les avecinaba. A medianoche, algunos pasajeros optaron por echar una cabezadita, intuyendo que el problema tardaría en resolverse. Los pasajeros con destino Palma se hicieron con el control de megafonía del mostrador, audible en todo el aeropuerto. Gritos contra las compañías aéreas y amagos de motín al presentarse un autobús en el que no pudieron entrar todos.
Al otro lado de la sala, algunos pasajeros con destino a Eivissa iniciaban el trámite de solicitar hojas de reclamación, pero la calma presidía el ambiente. A la una de la madrugada muchos pasajeros descansaban en el suelo, excepto el sector palmesano más radical, ya con el control definitivo de la megafonía, utilizada para difundir gracias poco afortunadas o, simplemente, martillear al resto de pasajeros con un contínuo sonar de timbres de aviso. En uno de los televisores de la terminal, los informativos ya se hacían eco del caos de El Prat. Muchos pasajeros descubrieron entonces la huelga declarada en el recinto. El tiempo seguía pasando y la Guardia Civil no osaba acceder al recinto, cada vez con un ambiente más similar al de un campo de fútbol turco en un día de niebla, visto lo que se cuece en su interior.
Los carteles de no fumar eran ignorados a conciencia y el resto del aeropuerto adquirió la atmósfera de una ciudad fantasma futurista por la que pasear o jugar un partido de fútbol sala, literalmente. Los graciosos de la megafonía continuaban sus aparantemente jocosos comentarios, aunque cada vez con menos ánimo. A las tres llegaron noticias desde Eivissa referentes a los pasajeros que esperaban el avión que debía llevarnos a la isla. Y eran preocupantes, ya que la policía tuvo que intervenir ante la actitud agresiva de algunos pasajeros. Las cuatro; las cinco de la madrugada. De repente, una señorita apareció en el mostrador anunciando que el vuelo hacia Eivissa embarcaría en breve.
Y lo cumplen. Embarcamos. Despegamos. Eivissa nos recibió con lluvia y con personal de tierra suficiente. Eran más de las seis de la mañana, diez horas después de la llegada al aeropuerto de Barcelona, y el personal del avión temblaba al tener que recibir a más de 200 pasajeros exaltados.
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