El Plan de Ordenación de los Recursos Naturales (PORN) de Cala d'Hort pone en peligro una práctica ancestral pitiusa: la caza de cabras en el islote de es Vedrà. El primero en lamentarlo ha sido el conseller popular Joan Marí Tur, Botja, quien resalta el valor etnológico de esa actividad, que la consellera balear de Medi Ambient quiere erradicar porque la presencia de esos rumiantes supone una seria amenaza para la flora autóctona de es Vedrà.

Pero no es la primera que Marí ensalza esa cacería. Ya a finales de los años ochenta publicó un artículo en la revista La Voz de Ibiza donde con verbo fluido, casi poéticamente, daba detalles de esa peculiar actividad: «La cacería de estos rupicaprinos -introduce el conseller- era todo un rito. Dos barcos salían de Cala d'Hort próxima la Navidad y la Pascua de Resurreción». Marí habla en ese texto de cinco cazadores que desembarcaban «sin prisas» en el islote: «Los gritos y silbidos se sucedían. Las cabras, amedrentadas, eran acorraladas ora en sa Cova es Rastre ora en el Pujador des Morts. Alguna, en dantesca estampa, se despeñaba antes de dejarse apresar. Me cuentan que el azul se teñía de rojo». Regresaban a última hora de la tarde, y el reparto se hacía en la llamada «Casa d'es vedraners», en Cala d'Hort: «Diez familias de Sant Josep y dos de Sant Agustí comían aquella carne, que tenía un sabor fuerte y amargo».

Otra de las actividades que desarrollaban en es Vedrà sus 12 familias propietarias pro indiviso era la captura de virots, una cacería nocturna próxima a la festividad de Sant Joan: introducían una tea en las grietas donde habitan esas aves, para las que «la cocina era el destino».