Las hemerotecas conservan auténticas joyas de cómo se fraguó la
discoteca Trancedance y de cómo respondieron los políticos de
entonces a ese serio atentado contra el espacio protegido de ses
Salines. Todo comenzó en junio de 1991, cuando la empresa holandesa
Trancedance aterrizó en Eivissa con ánimos de comerse el mundo:
aseguraron que abrirían la discoteca Ku (que estaba en quiebra) e
iniciaron la construcción de la discoteca junto al Toromar, a
escasos metros de los estanques donde anidan aves acuáticas únicas
en el mundo.
Los vecinos se opusieron firmemente a esa construcción. Era lo
que les faltaba después de que les instalaran cerca el cementerio,
un delfinario y la olorosa depuradora. Ecologistas y socialistas
dieron la cara y denunciaron el caso como delito ecológico, aunque
el fiscal decidió poco después, en noviembre, pedir el archivo.
Mientras los obreros trabajaban día y noche para que la
estructura de hierro estuviera lista a mediados de julio, los
vecinos visitaban al alcalde, José Serra Escandell. Aunque tiempo
después el Consistorio se vio forzado a paralizar las obras, el día
1 de julio Serra Escandell explicó a los afectados que los
propietarios disponían de una licencia «otorgada con toda
regularidad», si bien desconocía el propósito de construir allí una
discoteca. También aclaró que el lugar en cuestión no era ses
Salines: «El emplazamiento de esas obras no tiene nada que ver con
ses Salines. Aquello es ses Moreres, así se le conoce», una frase
que recogió en sus páginas el periódico La Prensa de Ibiza. El
ingeniero responsable de ese proyecto era Juan Antonio Cachón,
autor de la insonorización de Ku y del delfinario de ses
Salines.
Para promocionarse, uno de los responsables de Trancedance, Poli
Montoro, dijo también a aquel periódico que no se haría ningún daño
al entorno: «Somos ecologistas. No hemos venido a destruir nada,
sino a arreglar, acondicionar y reconvertir dos cosas que ya
estaban creadas, el Toromar y Ku». Para demostrar su talante
ecologista, el 1 de julio de 1991 Montoro añadió: «Pertenecemos a
la generación del 68, lo que significa que queremos que todo sea
bonito y delicioso y amamos los árboles y las plantas».
También ha quedado para la historia las palabras del aparejador
de Sant Josep Julio Blanco, condenado a inhabilitación años más
tarde. Este profesional dejó entrever en 1991 la dificultad de
demoler la estructura del Trancedance, ya que la obra era aún
«potencialmente legalizable».
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