Si un complemento tiene un precio asequible, y además puede combinarse con cualquier prenda de vestir porque los hay de todos los colores, va en camino de ser un éxito. Pero si además de eso se diseña a gusto del consumidor, ya tiene todos los puntos para convertirse en una auténtica moda. El año pasado ocurrió con las pulseras tibetanas, aquéllas que se vendían bajo el eslogan de «brazaletes del destino», porque estaban inspirados en los rosarios de los monjes budistas y prometían tener poderes antidepresivos.
Esta temporada ha sido el turno de las pulseras realizadas a partir de imperdibles. Aunque no tienen una base histórica al igual que sus antecesoras ni ningún nombre específico que las catalogue, un auténtico proceso artesanal respalda su fabricación que ha conquistado al público infantil. Como si de un mercado se tratara, las distintas piezas que componen este complemento se venden a granel. La mercería Antigua Casa Bet, ubicada en la Calle Colom, presenta un variado surtido de formas y colores al alcance de los pequeños diseñadores. Los consumidores eligen las bolitas de plástico que más les gusten y que se venden a cucharadas, con un precio de 150 pesetas por cucharada.
Se rellenan los imperdibles con estas piezas y después se unen estos imperdibles con elástico. La cantidad de material que se necesita para hacer una pulsera depende de la medida de la muñeca de la persona que la va a llevar. Normalmente se emplean unas siete docenas de imperdibles a un precio de 50 pesetas la docena y dos medidas de bolitas. Es precisamente el material lo que determina su precio asequible. Las de bolitas de plástico suelen salir por unas 700 pesetas, mientras que las de cristal Swarovski, y debido a la calidad suprema de este material, son mucho más caras, por lo que no tienen tanta demanda.
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