El director de Ses Sevines cree hay que distinguir a los que vienen a pasarlo bien de los que vienen a hacer el gamberro. Foto: V.F.

Para combatir la degradación del turismo lo primero es mantener bien limpia la propia casa», señala Pep Ribas, director del Hotel Ses Savines, de Sant Antoni. Esta recomendación tiene una puesta en práctica muy sencilla: utilizar el derecho de admisión que la mayoría de establecimientos hoteleros posee.

Esta medida, a pesar de lo que pueda parecer, no resulta extrema y, además, no daña los resultados del establecimiento. De hecho, en Ses Savines llevan más de 50 años empleándolo y los resultados son esperanzadores. A pesar de que en su hotel no dejan entrar a cualquiera, la ocupación media de los meses de julio y agosto se sitúa en un 90 por ciento, es decir, un lleno técnico, como señala Rafael Marí, el propietario. «El problema es que muchos de los hoteleros de Eivissa han dejado el oficio para convertirse en comerciantes», señala Marí, quien apunta que la medida que emplea en su establecimiento se debería tener en cuenta a la hora de plantear un debate sobre el modelo turístico que se desea para las Pitiüses. Todo ello debería ir acompañado de unas medidas efectivas por parte de la Administración, como apunta Marí.

Por el momento, la fórmula que emplean funciona: cerca del 70 por ciento de sus clientes del mes de agosto son «repetidores», es decir, que ya se habían alojado allí anteriormente. De hecho, varias familias británicas y belgas llevan más de 30 años acudiendo al hotel. «Aquí no tenemos 'guiris', tenemos clientes y los tratamos como se merecen: como personas», señala el director.

Este pequeño establecimiento de poco más de 150 habitaciones y con una categoría de dos estrellas se ha convertido en un ejemplo a seguir para las grandes cadenas hoteleras que operan en la isla. En Ses Savines nunca han tenido problemas con sus clientes: ni hooligans, ni juergas nocturnas que molesten al resto de clientes y ni un sólo accidente en sus más de cinco décadas de existencia. Algo que no se puede decir del resto de sus vecinos de Sant Antoni, una de las zonas más castigadas por la presencia de turistas problemáticos.