Ginés Martínez (Alhama, Murcia, 1938) la mili le trajo a Ibiza a principios de los años 60 con destino en Can Ventosa, cuando el edificio se utilizaba como depósito de intendencia militar. El servicio militar le sirvió para sacarse la licencia de conducción de vehículos pesados, lo que le dio la oportunidad de volver a Ibiza, poco después de licenciarse para construir una nueva vida sin olvidar su pasado en el campo de Alhama ayudando a sus padres.
—¿Dónde nació usted?
—Nací en un pueblo de Murcia, Alhama. Yo era el mayor de los niños, tenía dos hermanas mayores, dos hermanas más pequeñas que yo y el último también salió niño. Yo siempre fui un niño muy avispado. A la primera que sorprendí fue a mi madre cuando era muy pequeñín. Yo iba llevando los pavos con una caña cuando me fijé en que no podían comerse los caracoles porque se escondían en su caparazón. Entonces se me ocurrió machacarlos con una piedra para que los pavos se los comieran. Mi madre se sorprendió al ver que traía los pavos de vuelta con el buche lleno de caracoles (ríe).
—Entiendo que le tocó ayudar a sus padres desde niño. ¿A qué se dedicaban sus padres?
—Así es. Mis padres, José y María, se dedicaban al campo, tanto en sus tierras como en las de otra gente si les daba tiempo. Yo les ayudaba siempre. Era un chavalín pequeño, pero robusto. Teníamos pavos, ovejas y cabras que cuidábamos: unos días mis hermanas y otros yo. También ayudaba a mi padre cuando araba con la mula o cuando cavábamos los troncos de los almendros o de las higueras. Teníamos cerca de 2.000 almendros y unas 50 higueras que nos daban alimento en casa, las vendíamos y las más feas se las dábamos a los dos cerdos que criábamos. Cada año vendíamos uno de ellos y matábamos al otro para nosotros. Antes, mi padre iba con la mula a buscar sal a la salinera. Lo sacrificábamos y descuartizábamos, y esperábamos al día siguiente a que se helara para hacer el resto del trabajo. Todo lo hacíamos a mano, cortando con cuchillo la carne para hacer longanizas y salchichas. Cuando no había siembra o otras tareas en el campo, nos dedicábamos a hacer cestas, segones o a contar chistes e historias alrededor de la hoguera.
—¿Tendrá anécdotas de su juventud en su pueblo?
—Ya lo creo. A mí me llamaban ‘el romántico’, porque siempre estaba de broma y era el primero que armaba la juerga (ríe). Desde pequeño hacía canciones y poesías sobre las cosas que pasaban, como la de cuando le robaron la mula a mi vecino (empieza a recitar):
En la provincia de Murcia, en el pueblo de Alhama
O, mejor dicho: en los barrancos de Jévar
Se ha cometido un robo mayor: le han robado la mula al vecino Antón.
También se llevaron una pava, para comérsela con arroz
Pero no se comieron ni la pava ni el arroz
Porque los pilló mi tío, Pepe Quinto, en la entrada de Alcantarilla a la salida del sol.
El tío Antón con sus mulas muy contento se quedó
Para celebrarlo se bebieron una arroba de vino y, para hacer boca, ¡un jamón! (Risas).
—¿Estuvo siempre en el pueblo?
—Sí. Hasta que me tocó hacer la mili. Los primeros tres meses estuve en Palma. Después vine a Ibiza, destinado al servicio de intendencia, que estaba en Can Ventosa. Estuve allí dos años y aproveché para aprender a conducir y sacarme los carnés. Cuando terminé la mili volví al pueblo, pero no tardó en llamarme un compañero diciéndome que en Ibiza necesitaban a alguien que condujera un camión. Cuando llegué, resultó que ya habían encontrado a alguien para el puesto, así que me puse a trabajar en la construcción del edificio del Crédito Balear en la Avenida España. Piedra a piedra y saco a saco; en aquel tiempo no había tantas máquinas como ahora. Eran los primeros años 60 y el sueldo tampoco daba para mucho: pagaban 100 pesetas la jornada y una comida en Can Costa o en el Sport valía cinco duros (25 pesetas), así que no creáis que daba para mucho. Además, la pensión de ‘na Garra’, que estaba en la calle Castelar, costaba tres duros (15 pesetas) al principio y pronto subió a cuatro (20 pesetas).
—No le daba mucha opción de ahorro.
—No, pero después me puse a trabajar perforando pozos con Gregorio, un contratista de Albacete. Allí se ganaba más dinero y yo era uno de los que mejor dominaba la dinamita. También estuve trabajando mucho tiempo en el campo con Pedro de Can Reyet en Sant Joan. Allí hacíamos matanzas todos los fines de semana para hacer sobrassada y butifarra para vender en Casa Reyet. El resto de la semana trabajábamos en el campo. Con el dinero que ganaba con los pozos pude ahorrar para comprarme un tractor y casarme con María de Can Carreró, de Es Safragell, en Sant Llorenç. Aunque no tuvimos hijos, mi sobrino Ginés ha estado con nosotros desde pequeño.
—¿Trabajó con su tractor?
—Así es. Durante unos cinco o seis años trabajé con el tractor por toda la zona de Santa Eulària, Sant Llorenç, Sant Joan y hasta Cala Llonga hasta que lo vendí. Como tenía todos los carnés de conducir, en 1974 o 1975 empecé a trabajar con los autobuses. Primero con los de turistas, pero después con la compañía El Gaucho, donde estuve hasta mi jubilación. Hacía las rutas del colegio y tenía mucha confianza con los niños, hasta el punto de que, si alguno venía llorando porque le habían robado el almuerzo, le daba dinero para que se comprara algo, con la condición de que no se lo dijera a nadie. Sin embargo, las rutas eran muy largas: Platja d’en Bossa - Talamanca - Jesús - Cala Llonga - Santa Eulària - y vuelta… No parabas ni para mear, así que acabé con un cólico nefrítico. Los últimos años en activo trabajé llevando camiones. Con todo lo que he trabajado, ahora se me ha quedado una pensión de menos de 1.000 euros y, con mi edad, tengo que irme apañando, echando una mano con María, que está muy delicada de salud.
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