Norberto en Vara de Rey durante su paseo diario. | Toni Planells

Norberto Appel (Buenos Aires, 1948) se puso al frente del restaurante más emblemático de Jesús hace casi dos décadas antes de que la pandemia le animara a concluir esa etapa de su vida.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Buenos Aires, como mi hermana mayor, Renata. Mis padres, Sigfrido y Utta, eran alemanes y emigraron a Argentina en 1937. Eran judíos y supieron ver venir con antelación lo que sucedería después en Alemania. Por suerte para mí, claro. Si hubiera crecido en la Alemania de los años 50 estoy seguro de que mi juventud hubiera sido, por lo menos, más aburrida.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Tuvieron que comenzar de cero cuando llegaron a Argentina. Mi padre acabó siendo comerciante, pero antes trabajó en la empresa Bunge, una empresa que se dedicaba a los cereales. Mi madre era costurera y acabó trabajando en alta costura. No éramos una familia precisamente acomodada, mis padres tuvieron que trabajar muy duro desde abajo.

—¿Cómo pasó su infancia y juventud?
—Tuve una infancia más o menos normal y una juventud rebelde. Siempre me escapaba de los colegios y era un desastre a la hora de estudiar. Uno de los mejores años de mi vida fue el del servicio militar que hice en la policía federal: 1969. Allí aprendí a convivir con todo tipo de gente, buena, mala, humilde o asesina. Por una botella de whisky, mi padre consiguió que me enchufaran como teletipista pasando las informaciones más secretas. Les puedo asegurar que los policías y los mandos se lo pasaron pipa conmigo. Una vez que me arrestaron mi padre vino a traerme ropa limpia y me encontró haciendo un asado con los oficiales. Nunca hice una maldad a nadie, pero picardías siempre.

—¿A qué se dedicó tras el servicio militar?
—Estuve unos años confeccionando ropa con una socia. Compraba las telas, las hacíamos coser y las vendíamos a las boutiques. Pero no tuvo mucho éxito. Además, dinero que ganaba, dinero que me gastaba. En ese momento, aprovechando que tenía el pasaporte alemán, decidí viajar a Alemania para conseguir sentar cabeza. Era 1975.

—Evitó por los pelos el golpe de estado en Argentina.
—Así es, aunque no me fui por eso. Aunque ya hacía tiempo que se notaba una atmósfera peligrosa, sobre todo con la Triple A. Yo me fui porque quería sentar cabeza en Europa, trabajar, juntar dinero y recorrer Europa con el Interrail hasta Barcelona y, de allí, a Ibiza. Así lo hice, pisé Ibiza por primera vez en 1975. En esa época Ibiza era un punto de atracción muygrande de los argentinos de clase media-alta. ¡Había muchísimos argentinos! Esa era la Ibiza de la que uno se enamoraba. Te mezclabas con todo tipo de gente entre sí, no había ostentación y se respetaba. Era una mezcla muy bonita.

—¿Se quedó en Ibiza?
—No definitivamente. Me volví a Alemania a trabajar. Trabajé en distintos lugares, muchos años en la Luftansa, lo que me daba facilidades a la hora de ir a Ibiza regularmente desde Alemania varias veces al año. No fue hasta 2004 cuando me vine a Ibiza con mi mujer y mis hijas definitivamente. Mis hijas crecieron aquí, tuvieron la suerte de poder ir a la mejor escuela del mundo: Santa Gertrudis. Se adaptaron enseguida sin saber ni una palabra de castellano.

—¿Qué le hizo decidirse a mudarse a Ibiza definitivamente?
—A través de amigos me enteré de que el dueño del Bon Lloc quería traspasarlo. En Ibiza vivía cerca y conocí a Paco Pascual, el propietario, una persona muy buena. Nos acabamos haciendo amigos y nos pusimos de acuerdo de la manera que se hacían antes en Ibiza: estrechando la mano. Mantuve el mismo espíritu que tenía hasta que decidí traspasarlo tras la pandemia, en 2021. Ahora hay una nueva generación a la que le deseo lo mejor. Yo ahora, por fin, estoy liberado. Comencé la vida como un vago y la termino como un vago, pero al terminar nadie me puede reprochar nada.

—Habrá vivido miles de anécdotas y experiencias.
—Más que anécdotas me quedo con haber conocido mucha buena gente y haber hecho muchos amigos. Ha sido una gran experiencia. El Bon Lloc siempre había sido el punto de reunión de Jesús y cuando lo pillé yo siguió la misma línea. Al principio es verdad que hubo que saber trabajar cierta desconfianza, lo normal en cualquier pueblo, pero no tardó en llegar la aceptación general y pude vivir varios ‘ciclos’ muy agradables.

—¿A qué se refiere con ‘ciclos’?
—A que, en Jesús, hay un ciclo distinto cada vez que se va cambiando el cura de la parroquia. Desde mi punto de vista, la rotación de curas del pueblo marca su evolución. Yo empecé por Enrique y acabé con Pedro. Siempre tuve muy buena relación con todos ellos y conversaciones muy interesantes. Aunque yo sea de otro club, entre los mejores recuerdos que tengo de esta época son las conversaciones que he tenido con los curas; he aprendido mucho con ellos.

—Ciclo a ciclo, habrá visto evolucionar el pueblo.
—Así es. Tal vez se deba a la edad que tengo, pero desde mi perspectiva no puedo ver esa evolución como positiva. La cantidad de obras, pisos y especulación que he visto en todo este tiempo no me gusta. Lo que más le deseo a Jesús es que se solucione el problema del tráfico entre el Bon Lloc y la iglesia. Esa carretera divide el pueblo. Pero no quiero empezar a hablar, que arranco y no paro. Prefiero seguir haciendo el vago, paseando por las mañanas por Vila y haciendo vida matrimonial por las tardes. Así soy feliz.