—¿Dónde nació usted?
—En Corona, en Can Partit, que era la casa de mi familia. Sin embargo, originalmente mi padre, Vicent, había nacido en Vila. En la calle Mayor. Pero su padre, Pep, era comerciante de hierro, que lo traía desde Barcelona. Como no tenía espacio donde almacenarlo, acabó comprando un solar en Corona. Allí también se hizo una casa y acabó montando una de las tiendas de las que había entonces, que también eran bar: Can Partit. Mi madre era Eulària de Can Guillemí y era de Sant Mateu. Ella trabajaba en la tienda y se ocupaba de sus ocho hijos. Yo era el del medio.
—¿Qué recuerdos guarda de Corona en su infancia?
—Eran tiempos duros. Al vivir en el campo, a nosotros no nos faltaba comida. Se hacía aceite, pan, vino, matanza, se sembraba y no nos faltó nunca una rebanada de pan con aceite o sobrassada. Lo que no había eran cosas para comprar, por mucho dinero que tuvieras. Aunque en el campo no se notara tanto, había mucha miseria. Cada día venía gente, mujeres por lo general, que venían desde Vila en bicicleta para pedir «por favor, un trocito de pan o un puñado de legumbre». También recuerdo que venían muchos forasteros a cazar ‘genetes' y ‘marts' para vender la piel, que nos pedían un lugar para pasar la noche y algo de comida. Allí mismo despellejaban a los animales antes de marcharse. Yo iba a la escuela que habían montado en un local que alquiló el Ayuntamiento antes de ir a la de Sant Mateu. Seríamos unos 70 chavales y los profesores eran de los de antes: bastante duros. Uno de ellos era un tal Bartomeu d'es Prat d'en Fita.
—¿Vivió siempre en Corona?
—No. A los 12 años nos fuimos a vivir a Vila por el empeño de mi padre de que fuéramos al colegio. Nuestra educación era una de sus mayores preocupaciones. Él había emigrado a Argentina, donde trabajó como cocinero en lugares de mucho prestigio. En cuanto hubo ganado suficiente dinero, al contrario que muchos otros, volvió. En Vila, yo fui a varios profesores particulares mientras mis hermanos pequeños fueron a Sa Graduada. Al acabar me fui de voluntario a hacer la mili a La Marina siendo muy jovencito, antes de empezar a trabajar.
—¿Cuál fue su oficio?
—Mi oficio podría decirse que ha sido muy variado. Si tengo que decir algo, diría que comerciante, porque tuve tiendas y llegué a montar algún negocio de hostelería. Al volver de la mili empecé a trabajar con un señor alemán que me dio toda una serie de representaciones. Por ejemplo, fui representante de pan alemán para el restaurante Delfín Verde. Era capaz de vender 3.000 paquetes en un solo día. Yo tenía el contacto con la fábrica en Mallorca, recogía el material, lo distribuía y me llevaba mi comisión. Estuve así hasta que me casé con Cati, de Ca na Clara, con quien ya tengo tres nietos, Clara, que es de nuestra hija Gemma, y los gemelos Pol y Telm, de nuestro hijo Toni. Al casarnos abrimos una tienda de piel en el puerto y yo me dediqué a hacer algún otro negocio. Por ejemplo, me dediqué al negocio de la construcción a pequeña escala. Empecé comprando un solar en la calle Aragón y construyendo un edificio asociándome con un constructor. La cosa fue muy bien y fui haciendo otras cosas por el estilo. Eran los inicios de los 80 y fue el momento en el que Ibiza se puso interesante.
—¿A qué se refiere con que Ibiza se puso interesante?
—Me refiero a que fue el momento en el que empezó a moverse respecto a la construcción. Hasta entonces estuvo siempre muy parado y, en los 80 fue un momento de revolución, una explosión en la isla. En los años 70 la cosa ya empezó a despertarse, pero el momento en el que floreció fue en los años 80. Hasta entonces, Vila no llegaba más allá de Vara de Rey y La Marina. Todo lo demás se hizo en esa época. Era un buen momento para comprar solares, invertir y supimos verlo a tiempo.
—¿Considera que continúa la onda de expansión de la explosión urbanística de los 80?
—Ahora es muy distinto. En ese momento, Vila eran todo solares y ahora ya no quedan. Ten en cuenta que, tal como te contaba, Ibiza había pasado una época muy dura de miseria y, con el turismo y la construcción, empezó a llegar dinero y bienestar por primera vez a Ibiza. Con el turismo hubo que construir hoteles, restaurantes, más casas para la gente que iba llegando… Luego se construyeron más infraestructuras como el aeropuerto o las carreteras. Ya te digo que esa época fue una revolución que dio la vuelta a Ibiza. Se podían hacer grandes cosas con un capital relativamente modesto. Hoy en día, para hacer cualquier cosa, necesitas un capital enorme. Ahora, plantearse comprar un terreno queda para los súpergrandes. Los que somos más humildes nos hemos quedado un poco descolocados.
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