— ¿De dónde es usted?
— Soy hijo de ibicenco y murciana, nieto de Paco, el farero de Sa Cunillera. Como lo iban destinando a distintos faros, los hermanos de mi padre nacieron cada uno en un lugar distinto, en Zumaya, en Águilas... Hay fotos de mi padre en la Conejera con la escopeta de balines para cazar conejos con mi abuelo. Mi abuela era Ana Maria de Portmany. La familia de mi madre, Juana, vino a trabajar desde Murcia con mi abuelo, que era cristalero. Tuvieron una cristalería, junto a mi tío, que es donde se puede decir que me crié.
— Se dedica al arte, ¿desde cuándo le interesa?
— Desde pequeño ya iba a Infantart, la primera academia para niños que hubo en Ibiza. Estaba en la calle de las Farmacias. En el colegio, yo era el típico que dibujaba en la clase, que en vez de tomar apuntes estaba haciendo dibujitos en el cuaderno.
— ¿Se llevó algún capón por no atender mientras dibujaba?
— Mira que estudié hasta en cinco lugares distintos: Blancadona, Sant Jordi, Can Guerxo, Santa María, después Artes y Oficios, y nunca nadie me puso una mano encima.
— ¿Cuándo empezó a trabajar?
— Mi primer trabajo fue en Aguamar, con 16 años, de socorrista. Después trabajé pegando pósters para Space, donde los domingos trabajaba como friega vasos, también trabajé como camarero en el Splash (que después sería el Tal y Cuál). Eso lo hacía los veranos mientras estudiaba la carrera de Bellas Artes en Valencia. De esa manera, y con la beca, me pude sacar los estudios.
— ¿Le gustaba el mundo de la fiesta y de la noche?
— No. Por aquellos entonces yo era muy deportista. Empecé con el tenis, pero después me pasé al bádminton, que era a lo que jugaba bien. Jugamos varios campeonatos en la época del Ahmara. El entrenador que lo movía era Collin, un inglés que, al parecer, no podía volver a Inglaterra. Se decía que era por un atraco a un tren en el que estaba involucrado. Murió hace tiempo, pero fue uno de los primeros impulsores del bádminton en Ibiza. Nos pasábamos la vida metidos en el Ahmara. A lo mejor nos metíamos en el Hamman a la una de la mañana a tirarnos en bomba y armando pollos mientras los padres estaban en el restaurante.
— ¿Cuándo fue la última vez que jugó a bádminton?
— En la universidad jugaba para ganar créditos, había poca gente que jugara e iba a los torneos. Viajaba con todo pagado y además me podía ir de fiesta. En la época de la universidad fue cuando comencé a salir. Me pilló tarde, pero por suerte me pilló con suficiente madurez como para poder parar en el momento adecuado. Y eso que he estado muchos años, 12 o 13, en el Tal y Cual.
— ¿Cuándo empezó con el Tal y Cuál?
— Cuando volví de la carrera, monté la tienda y pillé el bar con mi amigo Óscar, que llevaba trabajando en el Splash desde los 16. Por si eso fuera poco, había echado la bolsa de empleo y me llamaron para hacer una sustitución en el IES Quartó de Portmany. Menos mal que solo fue un mes.
— ¿No le gustó su experiencia en la docencia?
— No mucho. Lo haría solo si no me queda otra. Yo estaba recién licenciado y los chavales eran suficiente mayores como para ir a tomar algo por ahí. Total, que cuando se enteraron de que tenía el Tal y Cuál, venían allí de fiesta. Claro, el fin de semana estaba con ellos en el bar y, entre semana tenía que darles clase. Claro, querían que me quedara y que me fuera con ellos de viaje de estudios. Me lo pasé bien, pero era un crio, tres trabajos a la vez...
— ¿Cómo recuerda la experiencia del Tal y Cual?
— Muy buena. Empezamos con los amigos de mi primo, que eran mayores que nosotros, después pasó a venir la gente de nuestra edad y, al final, ya venía gente bastante más joven que nosotros. Pasaron como tres generaciones de gente distinta. Además, se juntaba todo tipo de gente, pijos, heavys y cualquier tribu urbana que se te ocurra. Podíamos poner una canción de Metállica y después, directamente el aserejé. Todo en grado de los ánimos de quienes estaban por ahí. Era todo gente de aquí y apenas hubo ningún problema nunca. Era una época en la que había un triángulo perfecto de baretos, nosotros, el Blues y el Spasmos.
— ¿Por qué lo dejaron?
— Por cansancio hace unos nueve años ya. Entonces fue cuando fusioné mi tienda con la cristalería cuando se jubiló mi tío. Desde entonces trabajamos juntos y voy haciendo algún trabajo artístico, como mercenario, eso sí. Hace muchos años que no pinto por placer. Solo encargos, aunque es verdad que he hecho algunas exposiciones, una con mi compañero Necko, que me lió para hacerla los dos juntos. También impulsé el proyecto 1.000 gracias en la pandemia, en el que una serie de artistas hicimos obra gráfica para regalarles y agradecer su trabajo a los sanitarios.
— ¿Se puede vivir del arte?
— Es difícil. Del arte no se vive, se sobrevive. De mis compañeros de la universidad hay pocos que se puedan dedicar y vivir bien. Mi amigo Fernando Jiménez se dedica en exclusiva, eso sí, a fuerza de trabajar y trabajar con mucha disciplina. Raúl Moya también vive de lo que hace, pero es un hombre del renacimiento, tan pronto pinta, como hace caricaturas o toca con su grupo. Félix se dedica más al diseño gráfico. La que más ha triunfado y vive bien del arte es Cristina de Middel, que le ha ido muy bien.
— Como vecino de Vila, ¿cómo ha visto evolucionar la ciudad?
— La verdad es que está más sucia que nunca. No es que lo diga yo, amigos que hace más de 20 años que vienen les llama la atención. Además, huele mal y, cada vez que llueve más de la cuenta, se me inunda el local. De hecho, a modo de coña, mis colegas y yo tenemos un proyecto de partido político.
— ¿Me habla de ese partido político y de su programa?
— El partido se llamaría T.I.T.O. (Todos Importamos, Todos Opinamos). El punto más importante del programa es que todo se decidiría por referéndum. Elegiríamos a los cargos a dedo. Aboliríamos el uso de purpurina. Decretaríamos un día de cerveza gratis para todo el mundo y robaríamos, pero menos que los demás. Siempre de cara.
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