Sergio González Malabia
Sergio González Malabia

Juez Decano de Ibiza y Formentera

Opinión

Ven a Fraggle Rock

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Existe, bajo el denominado por Matt el viajero como el mundo exterior, un conjunto de cuevas naturales conocidas como Fraggle Rock, una dimensión alegórica habitada por dos tipos de criaturas distintas, los Fraggles y los Curris. Los Fraggles son pequeños seres coloridos y divertidos que viven de forma despreocupada mientras juegan y exploran sus confines hasta donde habitan los Goris y se encuentra la sabia Montaña de Basura con sus ayudantes Filo y Mena. Se alimentan de las construcciones realizadas por los Curris, compuestas por un material creado a base de sabrosos rábanos, y consideran a los humanos como estúpidas criaturas a partir de las descripciones que el tío Matt hace de ellos en las postales que envía semanalmente a Gobo y que éste debe recoger salvando la vigilancia de Sprocket, el perro del inventor humano Doc. Los Curris son de color verde y más pequeños que los Fraggles. Visten casco y botas de obrero mientras dedican su vida a construir, con herramientas y maquinaria en miniatura, inútiles estructuras de una sustancia moldeable similar al caramelo que son devoradas por los Fraggles asegurándose así tener que continuar con su incesante e ingente labor de construcción.

Conviven en un mismo lugar dos seres distintos, con pensamientos y vocaciones divergentes, que conforman una perfecta simbiosis a pesar de ignorar ambos lo importantes que son los unos para los otros. Se trata de un mundo paralelo al real, con un complejo sistema de relaciones sociales, que fue ideado por Jim Henson y plasmado en 96 episodios de una serie infantil emitida entre 1983 y 1987 en los que, además de entretener a los más pequeños de la casa, se exploraban temas tan relevantes como el medio ambiente, la espiritualidad, el prejuicio, la identidad personal o el conflicto social. Se pretendía transmitir, a través de la convivencia de sociedades interconectadas y dependientes, ideales como la amistad o la sinceridad, pero sobre todo enseñar a aceptar a quienes son, piensan o actúan de maneras diferentes, buscando la forma de coexistir ensalzando lo mucho que nos une y desechando cuanto nos separa.

Lo contrario a ese mundo idílico acontece en la sociedad actual, en la que la polarización de la población es la nota predominante en casi todo, como no, también en la política. Términos como fachosfera, ultraderecha, bulos o máquina del fango se han apoderado del lenguaje de la calle, de los medios de comunicación y de la práctica totalidad de las instituciones. Todo puede justificarse ahora sobre la base de un distinto pensamiento o ideología, en un estás conmigo o contra mí, sin que quede margen alguno para poder apreciar posibles zonas grises creadas a partir de la aplicación de un mínimo y aséptico raciocinio. El interés general y, lo que es peor, el sentido común, han sido secuestrados por posturas radicales que solo pretenden defender lo propio sin respetar lo ajeno y lograr unos interesados objetivos sin importar qué haya que hacer para conseguirlos, todo ello aderezado con una especie de histeria colectiva que alcanza la descalificación y la más absoluta animadversión al rival.

El último giro de tuerca en esta cruel contienda ha consistido en intentar salpicar la actuación judicial con el objetivo de teñirla de partidista o parcial, cuando precisamente su principal característica y esencia es su independencia. Los tribunales de justicia son ahora el nuevo tablero al que trasladar la batalla para continuar el conflicto sin caer en la cuenta del abuso que supone servirse de las herramientas que el ordenamiento jurídico ofrece para satisfacer meros intereses partidistas. Los jueces y magistrados que integran el poder judicial han sido convertidos en involuntarios protagonistas de esta despiadada contienda, pues en su mano está castigar al adversario o dejarlo marchar. Dependiendo de una u otra opción serán héroes para unos y villanos para otros, papeles que se alternarán irremediablemente en la siguiente partida en que se cambie el color de las piezas. Los que fueran héroes juzgando a Camps o Zaplana son ahora tiranos si enjuician a la primera dama o al hermanísimo. Son de clara ideología liberal si enjuician los casos Gurtel o Kitchen, pero son radicales conservadores si archivan el procedimiento contra el presidente del Consell de Ibiza o si investigan al exministro Ábalos. A ver, en qué quedamos, ¿blancas o negras?

Deberían darse cuenta que más allá de cuanto pueda acontecer en las altas instancias, donde las tendencias y querencias son públicas y notorias, los jueces de trinchera, los que prestan el servicio público de justicia al ciudadano de a pie, no tienen inoculado ese virus de la polarización y la confrontación. No participan de esta guerra, ni ganas. Como si no hubiera ya bastante trabajo para tan pocas manos como para meterse en estas absurdas intrigas palaciegas. No inician procedimiento alguno por sí mismos, limitándose a investigar si las denuncias que reciben, a través de las diligencias que se practiquen a tales efectos, pueden llegar a constituir algún tipo de delito que, en su caso, deberá ser enjuiciado por otro tribunal distinto. Si deciden archivar el procedimiento es porque, de forma motivada, lógica y racional, exclusivamente a partir de los elementos de prueba de que disponen, no aprecian apariencia delictiva alguna, lo mismo que acontecerá, a la inversa, en caso contrario. Que decida admitir a trámite una querella, practicar más o menos diligencias preliminares, archivar o continuar con la instrucción, no estriba en motivación, pensamiento o razonamiento político alguno, sino en la estricta aplicación de las normas jurídicas a los hechos que resulten debidamente acreditados. Y que nadie se rasgue las vestiduras, ¡Estén tranquilos por el amor de Dios! Porque todas las decisiones que se adopten por unos y por otros podrán ser recurridas y analizadas, a su vez, por otro tribunal distinto, integrado por otros jueces, que velarán por la correcta actuación de los primeros corrigiendo cualquier error o desmán en que se haya podido incurrir.

No se dejen engañar. Piensen que son los mismos quienes investigan y enjuician al novio de Ayuso que quienes lo hacen después al fiscal general. Es el mismo juez instructor el que decide archivar el procedimiento de la Vida Islados que el que decide archivar también otros procedimientos frente a representantes políticos del bando contrario. Pueden seguir librando su particular guerra de guerrillas, allá cada uno con su conciencia, pero no utilizar a quienes han jurado administrar recta e imparcial justicia tras superar duras pruebas de acceso como meros peones de su aburrida e ineficaz partida. Deberían estar más pendientes de cumplir sus promesas y, en definitiva, de velar por los intereses de los ciudadanos a los que representan, que para eso se les elige y paga, que de buscar enemigos ficticios y complots sin fundamento. Deberían dejar de pretender controlarlo todo y, sobre todo, dejar trabajar a quienes se valen de la independencia como principal bastión en que cobijarse. Como se suele decir, aunque erróneamente se atribuya al Quijote, «Ladran, luego cabalgamos». Y dicho esto, trayendo al caso algo tuneada la famosa melodía de los Fraggles, cantemos aquello de «Vamos a juzgar, tus problemas déjalos, para disfrutar, ven a Fraggle Rock, ven a Fraggle Rock».