Imagen de dos perros. | Steve Adcock from Pixabay

Tener mascota no es fácil hoy en día. Aunque parezca lo contrario, les aseguro que te complica la existencia hasta límites insospechados. Y es cierto que las alegrías son muchas, si el animal te sale bueno, dócil y obediente; de lo contrario, tienes el demonio en casa. Tenemos una perrita yorkshire terrier, de nombre Paris, que ya tiene 16 años y poco más de un kilo de peso, imagínense. Es muy mayor y sólo come y duerme. No la he oído ladrar jamás; es buenísima. Como teníamos que viajar a Valencia el día de Navidad y no teníamos con quién dejarla, se nos ocurrió llevarla con nosotros. El suplemento por la ida nos costó 35 euros, más caro que el billete de un residente. Al llegar al mostrador de embarque, el empleado de la aerolínea nos advirtió de que Paris no tenía las vacunas al día, lo que podía ser un impedimento para volar. Por fortuna, tras consultarlo con su jefa, nos dejaron viajar porque se trataba de un vuelo nacional. Pero nos advirtieron que, si el regreso era con otra aerolínea, igual no habría tanta suerte. Así sucedió. Para nuestra desgracia, en Valencia no fueron transigentes ni empáticos: si no está vacunada contra la rabia, con nosotros no vuela. Saquen un billete con quien les trajo. Pero ese día ya no había vuelos con la otra compañía, de modo que mi suegra primero y mi cuñada después, se tuvieron que quedar con Paris, hasta que vayamos a por ella, a no tardar. Hay personas buenas, dispuestas a hacer la vista gorda, y personas estrictas y rigurosas, que se ciñen al reglamento sin excepciones. La culpa es nuestra, ya lo sé. No me lo recuerden. Pero me fastidia que Paris pudiera volar la ida, pero no la vuelta. Y encima no nos han reembolsado los 50 euros que nos costó su billete, 15 euros más que con la aerolínea que no nos dejó en tierra el día de Navidad. Vacunarla nos cuesta otros 50. Una ruina.