Arcadio Ferrer en Can Ventosa tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

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Arcadio Ferrer (Vila, Ca s’Aniseta, 1948) creció de manera paralela al turismo en Ibiza. Hijo de uno de los primeros hoteleros de la isla, su vida laboral ha estado siempre ligada al turismo, así como a su afición: el mar. Una afición que también ha marcado su biografía, convirtiéndose en uno de los pioneros del windsurf y del esquí náutico en la isla.

—¿Dónde nació usted?
—Delante de Es Portal Nou, en Ca s’Aniseta. Allí nacimos mi hermana mayor, Mari Carmen, y yo. Mis padres eran Pep de s’Aniseta y Marcela de Can Crispolet.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi padre, antes de ser hotelero, había llevado una fábrica de cemento. Fue una herencia que recibió mi madre por parte de mi abuelo Bernat. La cantera estaba en la avenida España, donde había un gran agujero de donde sacaban la piedra, la cocían en un horno y la molían. Cuando yo tenía cuatro años, en 1952, mi padre, junto a la familia y con la participación de Pepe Coll, abrió el hotel Ebeso. Tengo marcado el recuerdo de la comida de inauguración, a base de cigalas enormes, que vi cómo el cocinero las mataba (ríe).

—¿Creció en Vila?
—Sí. Crecí entre Es Portal Nou, dentro y fuera, s’Alamera, Puig d’es Molins y sus cuevas… Montamos un columpio en una rama de olivo que estaba a tres o cuatro metros del suelo. Se encontraba en lo alto de una peña, cerca de la era donde después construyeron el antiguo Consell Insular. Alguno que se cayó se pegó un buen golpe (ríe). Fue una infancia divertida. Iba al colegio a Sa Graduada con Don Vicente Gómez. Entonces los maestros eran de los antiguos, bastante duros. Mis tíos Fernando y Manolo también eran maestros. Fernando fue director de Sa Graduada, pero yo ya estaba en el instituto. No llegué a coincidir con ninguno de ellos; uno estaba en Sant Jordi y el otro en Sant Francesc. ¡Menos mal! (risas).

—¿Continuó con sus estudios?
—No. Al instituto solo fui hasta tercero. Luego me fui a Mallorca para estudiar Hostelería. Cuando terminé, en 1965, me puse a trabajar en el hotel Palmyra de Sant Antoni durante dos temporadas como ayudante de recepción. Después me contrataron como recepcionista en un hotel que abría en 1967, también en Sant Antoni. Creo que fue en abril cuando abrió sus puertas y recuerdo perfectamente el primer día, cuando llegó el primer autobús de suecos. Todos mirábamos desde la recepción, a través de una gran cristalera, cómo bajaban los primeros clientes. Uno de ellos agarró con fuerza sus dos maletas y empezó a correr para llegar el primero a la recepción, sin darse cuenta de que había una cristalera de por medio. Del golpe que se dio, el cristal se rompió, cayendo como una guillotina. Se salvó de milagro. Además, el director del hotel no cayó en la cuenta hasta ese momento de que todavía no había agua en las habitaciones, y no se le ocurrió otra cosa que mandar al de mantenimiento a buscar una bomba de agua para bombearla desde el mar (risas). No solo eso: el primer piso estaba más o menos en condiciones, pero cuando llegabas al segundo, todavía te encontrabas con los escayolistas trabajando (más risas). Sin embargo, no me llegó ninguna queja de ninguno de los clientes. La verdad es que era todo un poco caótico, un ‘desmierde’, y ni siquiera llegué a terminar la temporada.

—Nos está hablando de la primera época del turismo en Ibiza.
—Más que de la primera época, del ‘boom’ del turismo. La época en la que empezaron a construir un hotel detrás de otro, cuando destrozaron la costa de Sant Antoni. Hasta entonces, apenas había más hoteles que el Montesol con el Hotel España al lado y otro más en la avenida Ignacio Wallis, además del Bellavista en Santa Eulària y el Portmany en Sant Antoni. Pocos más. Yo ya estaba acostumbrado al turismo desde que tenía cuatro años en el hotel de mi padre. Sería en el 55 o el 56 cuando vi a unos policías llevarse a una turista porque iba en pantalón corto (risas). Si bien las ibicencas de entonces iban siempre muy tapadas, desde pequeño siempre vi a las turistas vestidas con menos ropa.

—¿Qué hizo al dejar el hotel de Sant Antoni?
—Me hice voluntario para hacer la mili para que no me mandaran a África. Además, ya tenía novia y no me convenía irme tan lejos durante tanto tiempo. Pude hacer una mili tranquila en el Archivo Militar y haciendo guardias (52) en Es Castell. Al terminar la mili, no tardé en casarme con Fina, en 1971. Tuvimos dos hijos, Sergio y Marc, y ahora tenemos tres nietos: Héctor, Naima y Asier, que son de Sergio. Antes había estado trabajando una temporada en el hotel Sant Antoni como director y, el mismo año que me casé, me puse a trabajar en el hotel Marítim, también como director, hasta 1984. Hasta entonces no había tenido vacaciones nunca, así que decidí tomarme dos años sabáticos para dedicarlos a viajar por Europa en coche, ir a Sa Torreta con la lancha o disfrutar de mis aficiones, el esquí náutico y el windsurf.

—¿Tras esos años sabáticos se incorporó al hotel de su familia?
—No. Nunca me involucré en el hotel de mi padre. No había ningún problema, pero siempre preferimos mantener la familia separada del trabajo. Ni él me lo propuso ni yo se lo pedí nunca. En 1986 monté una escuela de esquí náutico al final de Platja d’en Bossa. El mar siempre fue mi afición, y ya me había sacado el título de monitor de windsurf en Cala Nova, Mallorca. Incluso llegué a estar federado.

—Nos habla de los inicios del windsurf en Ibiza.
—Así es. Mi tabla, de la que me he deshecho hace poco, no tenía ni la pieza donde poner el mástil: tenía una cuchilla de madera que se salía cada dos por tres y te pegaba en la pierna. Empecé hacia 1975 con una serie de gente: Bernardo, Pepe ‘Bossa’, ‘Bodegas’… Ahora hace mucho que no lo practico. Hace unos años, ya con 71, fui a ver al hermano de Pepe, Miquel ‘Bossa’, y le pedí una tabla. Cuando me subí a ella, no es que no fuera bien, pero no era para nada lo mismo. Lo que sigo haciendo a día de hoy es esquí náutico y kayak.

—¿Tuvo la escuela de esquí náutico durante mucho tiempo?
—Hasta el 97. Para entonces ya había puesto el alquiler de motos náuticas. Fui el primero en alquilarlas en 1990, pero me hicieron la vida imposible. Todo eran pegas. Sin embargo, llegué a tenerlas en 10 playas hasta que decidí dejarlo. Hasta entonces había sido autónomo pero, pensando en mi futura pensión, decidí pedir trabajo en algún hotel y terminé trabajando en el Vista Bahía, en Portinatx, como recepcionista hasta 2008, cuando cambió de manos. Los últimos años antes de jubilarme estuve como supervisor de seguridad en las empresas de Matutes, controlando todo tipo de cosas en los hoteles. Ahora ya llevo años jubilado, viajando donde quiero, esquiando en el mar (ahora solo en verano), haciendo kayak y organizando buenas comidas con la familia y los amigos.