Imagen de recurso de un bar en la playa. | Imagen de StockSnap en Pixabay
Hace unos 30 años que descubrí por primera vez el quiosco de s'abeuradeta en es Pujols. Un pequeño chiringuito en el que podías comer unas sardinas o una tortilla y tomar cerveza fresquita frente a un mar de ensueño y todo a un precio asequible para todos los bolsillos. Con el paso de los años, los quioscos de Formentera se han ido desvirtuando para convertirse en lugares en los que un turista deslumbrado por la belleza del mar es capaz de pagar hasta cuatro eurazos por una cerveza medio calentona, servida en un cutre vaso de plástico reutilizable. Las normas de las antiguas concesiones prohiben cocinar, pero los quioscos servían hamburguesas, entrecots, solomillos o platos de pasta propios de la alta cocina italiana, elaborados en unas más que dudosas condiciones higiénico-sanitarias y todo el mundo lo sabía, todo el mundo. Los quioscos han funcionado también como coctelerías, en los que un mojito o un gin tonic se paga al mismo precio que en los mejores bares de París.
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