Aunque me haga gracia la idea, no me verán en esos baños multitudinarios que proyectan en Figueretas y Salinas para el primero de año. Si en verano esquivo las playas atestadas, no iré a buscarlas en el solitario invierno, cuando puedo zambullirme en estado adánico y bailar un sirtaki en la orilla afrodisia sin sufrir a las legiones que mini-viven virtualmente ansiando un selfie.
Otra cosa es la calidad estética de los bípedos cetáceos dispuestos a bracear las aguas una vez en invierno. La belleza también se contagia, como sabía el brujo Salvador Dalí. Las buenas vistas ofrecen una especie de transfusión vital, como la alegría y la juventud transmiten a su vez las ganas de vivir. Y si después del baño helado te ofrecen un vino (aunque personalmente prepararía una jarra de bullshot), con suerte puedes encontrar una sirena apolítica que te haga caso durante la temporada de hibernación pitiusa (chimenea, piel de oso y botella de coñac bajo la almohada), una salvadora Nausicaa que indefectiblemente saldrá volando cual mariposa aventurera en la estampida sensual que se produce al comienzo de la primavera.
Ya en la Biblia, donde siempre andan mezclados en formas superlativas ternura y crueldad, corderos y crímenes (Ortega y Gasset dixit), se cuenta cómo encontraron al viejo rey David una hermosa moza virgen para revivirlo. La morena juventud de la sunamita Abisag transitaba al cuerpo caduco del rey, pues toda vida es contagiosa, la corporal y la espiritual. Cuestión de saber con quién te mezclas.
Pero bueno, ya se verá. En estas materias la resaca es de lo más influyente a la hora de nadar, encamarse y alterar los planes.
Feliz Año Nuevo.
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