"La novela salvará al mundo, o se destruirá con él, para desaparecer». Tal es la opinión del bravo Mario Vargas Llosa. En su ingreso en el club de los inmortales, la Academie Francaise, le acompañaba el Rey Don Juan Carlos, beau geste de amistad entre españoles de Iberia y América, lo cual debió provocar un ataque de rabia a ese gañán de cómic barato que es el presi Sánchez.
Actuaban como padrinos el autor de Samarkanda, Amin Maalouf, con quien tuve una fascinante charla en su casa de París, Omar Khayam , renacimiento occidental y dulces del Líbano; y Florence Delay, rubia de ojos verdes, con la que he tenido la fortuna de brindar con whisky en El Coto de Bartolo de Portmany. Allí Florence recitó un poema que permite soñar la gruta donde nada la sirena: Siempre hice lo que deseaba /la uvas empapadas de rocío/ exprimía y bebía sin tardanza/ para refrescar mi corazón./ Olvidé el mal, recordé la felicidad,/ y he cantado hasta este día / que abordo el país amante del silencio.
En tiempos de dictadura electrónica, castradora corrección política y contagioso desfile zombi, la literatura sigue salvando al mundo. Eleva el espíritu y nos mantiene radiantes; permite creer que realmente se puede vivir jugando. Diversità, sirena del mondo, cantaba Gabrielle D`Annunzio. Y la literatura permite vivir mil vidas porque siempre es más gozoso y libre aquel que sabe vivir poéticamente. Esclavo es aquel que no sabe hacer poesía y se masturba mentalmente con la propaganda de turno. Incluso hay sectas con un libro único y el resto son quemados. Muy por encima de la política árida y cainita, el arte es universal y la literatura seguirá salvando al mundo.
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