Escucho, incluso en algunas tertulias radiofónicas y televisivas que podrían presumir de serias, que el viraje del Gobierno en el tema del Sahara responde a presiones de Marruecos a tenor de algunos secretos inconfesables que los vecinos del sur habrían descubierto tras espiar los teléfonos del presidente Sánchez y de algunos ministros. Es más: he oído que el contenido de esas grabaciones por las que Rabat chantajea a España se referiría en concreto a la esposa de Sánchez. Nadie ha aportado la menor prueba consistente al respecto. Y lo cierto es que nadie conoce, ni siquiera, parece, el CNI, lo robado en el teléfono presidencial. De hecho, ni siquiera consta oficialmente, a estas alturas, que hayan sido los servicios secretos marroquíes los autores de la ‘hazaña' del espionaje al inquilino de La Moncloa, aunque el mayor cálculo de probabilidades nos haga pensar que sí, que la DGED marroquí tuvo bastante que ver con el ‘pinchazo'. Lo cual es, por cierto, algo que el Gobierno jamás podría admitir oficialmente.
Creo que ha sido la falta de explicaciones claras y una estrategia de comunicación desastrosa --porque desastroso fue informar, como se informó, del espionaje a Sánchez y los ministros de Defensa e Interior, sin dar más datos ni detalles sobre autoría o contenidos-- lo que, junto a una cierta falta de profesionalidad de quienes propagan los rumores, ha hecho que esta rumorología se extienda como un incendio voraz. Sánchez y su entorno se han convertido en el epicentro de un tráfico de ida y vuelta de fake news, rumores, habladurías, medias verdades, hipótesis y falsedades totales que, hoy por hoy, hacen muy difícilmente discernible el grano de la paja, la verdad de la mentira.
Hoy, el presidente del Gobierno, que tantas cosas inveraces ha propalado sin inmutarse, se convierte en la principal víctima de esas especulaciones que se achacan a ‘fuentes gubernamentales' nunca citadas con nombre y apellido. Otro ejemplo: el que asegura que Sánchez ‘baraja' --palabra siempre muy utilizada para estas cosas-- no presentarse a las próximas elecciones e irse a un puesto ‘bien remunerado' en Europa. Dudo mucho, la verdad, que alguien haya escuchado de la boca del presidente, de los ministros más solventes o de los dirigentes del PSOE, aunque no sean tan solventes, que Sánchez tenga la menor intención de tirar la toalla. Es más: el propio interesado ha acudido a desmentir la falacia, asegurando que su propósito es concurrir a la reelección allá por 2023 o cuando quiera que él mismo convoque las elecciones generales.
Y yo, esta vez, le creo: abandonar no ha sido precisamente la tónica en la trayectoria de quien fue defenestrado y logró, pocos meses después, hacerse con las riendas del máximo poder en su partido y con la presidencia del Gobierno merced a una audaz moción de censura. Que el presidente disfruta mucho más que sufre con el cargo es algo que salta a la vista: tratará de permanecer; aunque otra cosa es lo que digan las urnas en su momento, porque la figura del presidente se ha ido haciendo crecientemente antipática. Pienso que Sánchez es hoy la diana principal en el reino del bulo, tantas veces propiciado por quienes no logran refrenar su impaciencia para que se marche.
Le recomiendo que no crea demasiado a tales impacientes. Me parece que aún tenemos Sánchez para rato, nos guste o no, le pinchen el teléfono o no. Él y La Moncloa permanecen unidos hasta que las urnas les separen.
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