Este año ha estado repleto de efemérides centenarias de grandes hombres que nos aportaron mucha cultura, ciencia, medicina. Y tantas y tantas cosas de las cuales han ayudado a la gente de hoy a vivir mejor la mayoría de ellos, especialmente los occidentales que, no hace mucho, dejaron la miseria de sus pueblos, liaron sus ínfimas pertenencias, y marcharon hacia los grandes pueblos necesitados de mano de obra para construir, elevar edificios, construir escuelas, hoteles y todo lo inventado por ingenieros, cuyo trabajo resulta menos penoso que el de antaño.
Para ello, millones de personas, a pie o en carro, iban llegando a las ciudades, en pleno remolino de mano de obra para todos, lo mejor fue la remuneración de los empleados y obreros. Que paso a paso mejoraban sus vidas pudiendo adquirir pequeños habitáculos para la familia, e inclusive, mandar dinero a casa, comer más y aprender a leer y escribir. Por descontado, con los años, de guardar y amontonar dinero, adquirieron una vivienda más grande con cabida para todos los parientes.
Muchas personas medraron y dieron estudios universitarios a sus hijos, todos contentos y felices hasta que llegar a la revolución industrial, llenándose las fábricas de obreros especializados en carpintería, obras hidráulicas, edificaciones, navieras, automóviles y millones de utensilios, herramientas, así como extrayendo carbón y materiales preciosos. Las damas se engalanaban con joyas y sedas, revistiendo sus hogares de damascos y lámparas de vidrio soplado. Pero claro, no todos podían tener los mismos aparejos de los que disfrutaban los señores, poseedores de tierras, ganado, árboles frutales y carnes de cordero y ternera.
No obstante, muchos estaban satisfechos con lo que tenían, bastándoles para vivir decentemente, con lo justo y necesario, sin excesos, sin demostrar abolengo y superioridad, tan solo por tener un banco repleto de billetes, que consumen y devoran, aunque no necesitan tanto. Algunos pomposos se pasean orgullosos como héroes medievales, que luchando y apretando a los humildes se forraron de por vida. Pero no es oro todo lo que reluce, es más, son como baratijas que no se comen, ni traen suerte, vendidas por necesidad a menos de su valor.
Queremos ser felices y queridos quienes tienen poco o nada y ni siquiera sueñan en poder comer a sus anchas, mientras los afortunados se llenan de medallas y reliquias y poder colgarlas a la vista de las visitas. De nada sirve poseer cosas si no tuviéramos amor.
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