Vivimos días de presentaciones de libros presuntamente importantes. Sobre todo, de memorias, que son una reconstrucción siempre parcial y 'pro domo sua' de la Historia. Ahora se habla mucho del nuevo libro de Rajoy -el anterior, la verdad, me aburrió bastante, pese al éxito cosechado y el ex presidente del Gobierno se pasea por los medios dejándose entrevistar con una frecuencia e intensidad que nunca puso en práctica cuando habitaba en La Moncloa y gestionaba nuestros intereses.
Debo reconocer, empero, que me parece bueno que quienes tanto mandaron en el país nos lancen ahora sus consejos y advertencias, porque ellos disfrutaron de becas que les posibilitaron acceder a conocimientos y experiencias vedados para el resto de los mortales. Además, resulta que, a veces, estos 'jarrones chinos', en expresión de Felipe González, pueden arreglar la decoración en casa.
Me refiero a que la presentación de un libro de Rajoy se convierte, ahora, en mucho más que un mero acto editorial. Es un acto político en toda regla. Porque sirve para unir a quienes andaban dispersos, para que se miren a la cara personajes como Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso, a los que se presenta como enfrentados con sordina por una lucha por el poder que, en realidad, hace tiempo que sospecho que no existe, es algo irreal.
Pero ni ella parece saber que también se muere de éxito ni él parece capaz de sortear influencias perniciosas en su entorno: no, Pablo Casado falla a la hora de los 'castings', en el momento de elegir a algunos colaboradores. Y, claro, a la hora de dar un puñetazo sobre la mesa. Rajoy, que vivió, cuando mandaba, una pugna interna que provocó un enorme desgaste en el partido -recuérdese, sin ir más lejos, la rivalidad frontal entre Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal, ahora reclama consensos, pese a que sigue sin apenas hablarse con su antecesor Aznar.
Hizo la vista gorda ante la corrupción que atenazaba al PP, cierto es que, me parece, sin mancharse ni mezclarse personalmente. Y gestionó mal la 'cuestión catalana', aunque a punto estuvo, lo sé, de salirle bien, gracias a la intermediación de Iñigo Urkullu. La torpeza de Puigdemont, que en el último instante eligió declarar la independencia aquel nefasto octubre de 2017, en lugar de, como pensaba hacer, convocar elecciones, lo mandó todo al traste.
Pero es cierto que de Rajoy han de recordarse sus esfuerzos por montar, en el último tramo de su mandato, un Gobierno de coalición con el PSOE, frontalmente rechazado por Pedro Sánchez. Cierto también que estableció un clima de relativo -relativo_sosiego político, al menos en comparación con los tiempos actuales.
Y el mensaje de concordia, que lanzó primero con Zapatero y que luego intentó con el actual presidente del Gobierno, merece hoy ser recordado. No sé cómo actuaría hoy con Vox, ni si seguiría tratando de tender una mano al actual gobernante, en un intento de volver al bipartidismo, a las viejas esencias, que es lo que a Rajoy, registrador de la propiedad pontevedrés al fin, le gusta.
No, yo no quiero, pese al título de este comentario, que Rajoy vuelva, porque 'non bis in idem'; no se puede recular a lo mismo. Pero sí creo que en su partido deberían meditar, olvidando lo peor, sobre lo mejor de su legado. Y agarrar fuerte el timón, que vienen tormentas.
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