Esta temporada turística, tan atípica, se está viendo salpicada por mucha violencia. Es algo raro, pues aunque sean islas de gloriosa historia corsaria, en las Pitiusas siempre se ha preferido el amor a la guerra. Hasta hace poco se dejaban las puertas de las casas abiertas y la bravura se conjugaba con cortesía y sentido común, lo cual alienta al romance fogoso y mejora la convivencia.
Algunos psycos alegan que la preocupación económica y el miedo vírico caldean los ánimos y se llega fácilmente a las manos o al cuchillo. También dicen, como si descubrieran la pólvora, que la salud mental está muy deteriorada tras los forzosos confinamientos que han transformado a los hombres en criaturas de corral. Sin duda son factores que han agudizado un desequilibrio emocional, pero la cosa viene de antes, con eso de la pérdida de valores.
Hay dos especies invasoras que amenazan cambiar nuestro modus vivendi: los patanes de grosera agresividad se han multiplicado tanto como las serpientes de las que antes nos libraba el danzante dios Bes. Tal coincidencia ¿será por la machacona dictadura electrónica que se impone en tantos garitos? Los antiguos griegos ya sabían que el estado de ánimo es un ritmo. Así que sería mejor elevar los gustos, escuchar a Puccini o Bob Marley antes que la vulgar anestesia de tanto pinchadiscos que anega la sopa pitiusa.
¿O es todo una cuestión de frustración amorosa? Cuando los atenienses quisieron marchar a la guerra contra los lacedemonios, la magnífica Lisístrata organizó una huelga en el lecho conyugal que secundaron todas las mujeres. Mucho se ha escrito del amor a los efebos en tiempos clásicos, pero ellas siempre han tenido el poder y lograron parar una guerra nada apetecible. A batallas de amor, campo de pluma.
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