La limitación de entrada de vehículos en Formentera se veía venir ante la creciente saturación estival. En condiciones normales el mercado se regula a sí mismo, pero tal es el poder de convocatoria de la ardiente pitiusa que hasta el padre del capitalismo, Adam Smith, tras asarse haciendo cola en el coche antes de poder bañarse en las aguas turquesas de Migjorn, estaría a favor de una cierta regulación en la isla más africana de las Baleares (así la definió Baltasar Porcel).
Los nativos de Formentera son bastante especiales –fieros y hospitalarios al mismo tiempo, con el verdadero sentimiento romántico que aumenta la vibración vital—; y doy fe dipsómana de que, a la hora de beber, tienen el foie más poderoso del planeta. Hasta hace poco, antes de la invasión turoperadora, prohibían la presencia de médicos en la isla alegando que eran una amenaza para su robusta salud. Por su ADN saltan genes de piratas berberiscos y conquistadores vikingos. Cuentan con una especie de sana locura a lo Zorba que permite vivir intensamente…
Pero claro, si han regulado los fondeos en Espalmador (la playa de Illetas en la noche veraniega parece Manhattan con la cantidad de luces de los barcos), era solo una cuestión de tiempo que se atrevieran a imponer su ley en el tráfico rodado de sus carreteras.
Tendrán que mejorar mucho las conexiones de servicio público, pues no todos sus visitantes son émulos de Valentino Rossi o sufridos ciclistas para los que subir a La Mola es peor que la ascensión al Alpe d´Huez. Pero semeja que tal limitación, con buen orden y pertinente información, será positiva en una isla gozosa que todo el mundo quiere conocer.
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