Primero de mayo, quién te ha visto y quien te ve, diremos al hilo del moderno problema de la «invisibilidad», recurrente entre los politólogos y, especialmente, entre los adictos al «relato», como concepto de moda en el traslado a la opinión pública un mensaje previamente cocinado.
A los sindicatos les ocurre como al coronel de García Márquez. No tienen quien les escriba un relato. Se han vuelto invisibles e innecesarios en el traslado de mensajes respecto a los miedos y esperanzas de la clase trabajadora en el siglo de la globalización y las nuevas tecnologías.
Este primero de mayo cursa en los medios de comunicación como cursan los cientos de jornadas temáticas que han confiscado el calendario en las últimas décadas. El Día del Trabajo es uno más, como el día de la madre, el padre, la mujer, el libro, el medio ambiente, el maestro, el gay, el árbol, el huerfanito, el cáncer, la sonrisa, el beso, el erupto, qué se yo.
Años luz nos separan del inaugural primero de mayo de 1886 y la huelga general que daría lugar a los famosos mártires de Chicago, que se la jugaron en masivas movilizaciones por la jornada de ocho horas. Allí nació el orgullo de pertenecer a la clase obrera. Y el espíritu fundacional de la fecha, que quedaría institucionalizada en el congreso obrero de los socialistas celebrado en Paris tres años después (1889).
Allí nació también la II Internacional, brazo político de la clase obrera. La resolución entendía la jornada como un llamamiento a renovar cada año el compromiso con los intereses del trabajador. Y fue inmediatamente suscrita por el PSOE.
El primero de mayo de 1890, se llevaron a cabo en Madrid y Barcelona las primeras manifestaciones. Aquel mismo año, en el II congreso del partido, con Pablo Iglesias en la presidencia (Bilbao, 29-31 de agosto de 1890) se acordó que el PSOE se presentaría siempre a las elecciones con candidaturas propias, aunque pero siempre hermanado al sindicato UGT.
Desde entonces el PSOE no faltó a ninguna cita electoral. Pero, a raíz de su acceso al poder por mayoría absoluta en octubre de 1982, se produjo el histórico divorcio de UGT, entonces dirigido por Nicolás Redondo, con el PSOE, entonces liderado por Felipe González. La ruptura se consumó en huelga general de 1988, que paso a la historia como el choque de trenes del sindicalismo con la política económica del Gobierno socialista.
Nada que ver con lo de ahora. A falta de batallas creíbles del sindicalismo contra la política económica del Gobiermno Rajoy, asentada sobre la devaluación de los salarios y la precariedad laboral como resortes del crecimiento, UGT y CC.OO entierran la causa de los trabajadores, que es políticamente transversal, en su absurdo alineamiento con los separatistas catalanes.
Aunque lo más probable es que, al señalarlo, mucha gente se pregunte si realmente existen UGT y CC.OO.
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