Dicen que ARCO está teniendo un éxito histórico de ventas. Los coleccionistas deben ir bastante más borrachos que este nada humilde cronista, pues se están vendiendo como churros unas obras que podrían catalogarse como conceptual shit (término inventado por un ministro de cultura británico, quien se negó a entregar un premio a una obra de la Tate Modern que consistía en un cadáver amortajado por la cagada de un gran danés).
Ir embriagado es la mejor forma de visitar una exposición porque se descubren más matices. Con los retretes del hiperrealismo eso no pasa, pues carece de poesía y semeja que el mundo lleva un par de tragos de retraso. Y con muchas instalaciones conceptuales de esta feria de arte moderno, la copa se transforma directamente en delirium tremens.
Abrir nuevas sendas en el mundo del arte sin caer en el ridículo es difícil. En arte no hay progreso sino propósitos. Desde el bisonte de Altamira al toro de Picasso no es la técnica lo decisivo sino las intenciones del creador, que usa el estilo más adecuado a sus propósitos.
Y como con tanto relativismo ya no hay criterios, resulta imposible decidir qué es y qué no es arte, los cual es muy conveniente para algunos engendros comerciales. Son los marchands y los propios artistas (te pareces a Van Gogh: ¿Por qué no te cortas una oreja?) quienes confieren valor a su obra por medio de campañas de relaciones públicas. Si exponen en la galería X, el crítico Y dice que es arte y el millonario Z lo compra a un precio alto, cualquier cosa es arte.
En medio de esta feria de vanidades recuerdo con gusto las palabras de un genio como Gaudí: «Nadie inventa nada, porque todo está escrito en la naturaleza. La originalidad consiste en volver al origen».
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