Que salgan. Que vuelvan. Todavía estamos a tiempo --ahora que no ha comenzado oficialmente-- de hacer una campaña electoral ‘normalizada', en la que los principales candidatos no estén en la cárcel o en el autodenominado ‘exilio'. Todavía el Tribunal Supremo puede enmendar los excesos de celo de la juez de la Audiencia Nacional. No conviene políticamente, ni moralmente -y la aplicación suma de la ley no se puede convertir en suma injuria-, que el acaso próximo president de la Generalitat salga de prisión para tomar posesión del cargo en la plaza de Sant Jaume: menuda fotografía para The Guardian. Ni es bueno que el insensato ‘refugiado' en Bélgica siga lanzando desde allí proclamas absurdas, que a él tanto le descalifican y al Estado, en el que tendrá que convivir los próximos años, tanto le perjudican.
Dejemos de una vez de hacernos daño, que eso no nos lleva sino a la perdición. Dejemos, desde el independentismo ‘oficial', de hacer caso a los que les llaman ‘traidores' por haber querido organizar, ellos, esas elecciones a las que ahora todos se acogen; dejemos, los que somos contrarios a la independencia de Cataluña, de hacer mofa y befa del catalanismo con la ‘manoloescobarmanía', blandiendo el garrote y los grilletes como toda razón. Olvidemos de una vez los extremismos, las revanchas, las rabietas de colegio; hagámonos mayores.
Esto en lo que estamos, simplemente, no es posible. Imposible llevar a cabo una campaña electoral en estas condiciones. La aplicación de la ley ya está garantizada, pero ¿por qué hacerlo preventivamente, cuando sabemos -o intuimos-- que, una vez que haya sentencia, el Gobierno central de turno tendrá que ejercer su potestad del indulto, para normalizar, aunque sea tarde, las cosas? Nos hemos precipitado al dar carta blanca al poder judicial, que es ciego y sordo a lo que se llama interés del Estado. Y ahora no nos queda sino confiar en que ese mismo poder, que ya hemos comprobado, de acuerdo, que existe, valore la magnitud del posible desastre provocado por sus acciones tajantes.
Hasta aquí hemos llegado. El Estado ha mostrado su fuerza. El independentismo, sus límites. Que salgan de Soto, de Estremera. Que vuelvan los que se fueron y saben que no podrán seguir sobreviviendo mucho tiempo de la caridad pública de algunos medios que gozan presentando a esta España democrática como si hubiese regresado al franquismo, menuda barbaridad. No quiero seguir, como español, como ciudadano, como periodista, sufriendo al ver los noticiarios de tantas televisiones europeas, que se gozan presentándonos a los españoles como unos salvajes, otra burrada que no tiene anclaje en la realidad, pero ya se sabe que lo importante es lo que parece, no lo que es.
Puigdemont, Junqueras, nos han hecho un daño terrible. Ni con la perpetua pagarían, es lo que siento, el mal que han causado a un país que lleva años afanándose por ser un modelo de democracia -sin haberlo conseguido del todo, desde luego--. Pero lo que pienso es otra cosa: más daños nos hacen ellos, desde la prisión, desde el ‘exilio', en su actual situación de postración. Porque Dios nos libre de los débiles, sobre todo de los que no tienen causa. Y más aún, cuando tienen algún tornillo del cerebro algo suelto, como temo que es el caso. Hacen menos daño fuera que dentro, los unos, y menos dentro que fuera, los otros. Que vuelvan. Que salgan. Y que compitan en buena lid ante las urnas, estas sí de verdad. Luego, Dios y la eterna improvisación de este país nuestro, incluida, claro, Cataluña, dirán.
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