Tanto romanos como cartagineses eran muy aficionados al vino y llevaban viñas allí donde se querían quedar. Por eso no me creo que la batalla de Portmany, que rememora las guerras púnicas que terminaron con delenda est Cartago, solo esté pasada por agua.

En esa época todavía no había tomates (empleados en la moderna batalla a modo de frascos de fuego) en el Mare Nostrum, pero lo que es vino, se bebía más que el H2O o las abominables bebidas isotónicas. Tampoco existían las pastillitas psicodélicas, aunque sí había ciertos brebajes para iniciados que se adentraban en misteriosos ritos con el debido respeto…

El vino conlleva civilización y realmente existe un arte de beber más allá del bárbaro hooligan o el triste botellón. Ahí es donde está la verdadera educación, en mimar los virtuosos vicios que hacen más amable la vida.

Son ligeras contradicciones de la globalización histórica, aunque nadie duda de que actualmente los tomates ibicencos sean un prodigioso manjar. Hoy como siempre lo mejor son los productos de temporada de la propia tierra, muy por encima de las congeladas fusiones de tanto cursi sin gusto.

Y se abre la veda del raor, esa piraña pitiusa de sabor sensacional. La temporada de pesca alcanza hasta marzo. El raor es un pez elitista que nada quiere saber del turismo de masas que comienza a diluirse con los cielos de septiembre.

Tras este loco verano de overbooking, muchos copiarán la temporada del raor para venir a las Pitiusas, con la mar color de vino.