Ya en la primera mitad del siglo XIX, el gran economista francés Frédéric Bastiat lo advirtió: «todo el mundo quiere vivir a costa del Estado sin percatarse de que el Estado vive a costa de todo el mundo»; si hoy levantara la cabeza pronosticaría la quiebra del Estado de Bienestar, una expresión acuñada por el arzobispo de Canterbury en 1945, un clérigo convenientemente llamado William Temple, aunque había precedentes de otros países: l'État-providence del segundo imperio francés, curiosamente de inspiración católica camuflada y el Wohlfahrtsstaat prusiano, introducido por las reformas sociales del Canciller Bismarck.
En un principio, todos esos experimentos de ingeniería social tuvieron por único objeto proteger a los más desfavorecidos de los ciudadanos de contingencias como la enfermedad, la incapacidad laboral o la vejez. Hay que esperar a la Europa de postguerra para que se ampliara aquel limitado objetivo inicial.
El problema básico del Estado del Bienestar es que sus gestores tiene que atender con recursos limitados exigencias ilimitadas de amplios sectores de la sociedad Lo explicó Enzensberger en su libro «Mediocridad y delirio»: «Hoy se alzan frente al Estado numerosísimas agrupaciones y minorías de todo tipo; no sólo las viejas organizaciones como las sindicales, religiosas o mediáticas, sino también las deportivas, hoy muy estructuradas, las de homosexuales, las de traficantes de armas, las de automovilistas, las de los discapacitados, las de la tercera edad, las de objetores fiscales, las de divorciados, las de ecologistas etc. Todos ellos están en condiciones de constituir diez mil instancias de poder en nuestra sociedad».
La obra del filasofo canadiense Leonard Peikoff está dedicada a desmontar la falacia de suponer que si los individuos no pueden permitirse determinado nivel de bienestar estarán en condiciones de hacerlo colectivamente. La existencia de recursos limitados obliga a priorizar y es sabido que la prioridad de unos siempre va en detrimento de otros. Lo explicó claramente George Bernard Shaw: «El Gobierno que roba a Peter para pagar a Paul siempre podrá confiar en el apoyo de Paul.»
Tampoco es desdeñable el riesgo moral de los estados del bienestar, ya que fomentan que el individuo se desligue de las consecuencias económicas de sus actos: el tinglado de los PER andaluces es sólo uno de muchos ejemplos. Otro, típico, es el de las subvenciones agrícolas para producir y, en ocasiones, para no hacerlo y así sucesivamente.
La consecuencia de todo lo anterior es sencilla: tratar de satisfacer demandas ilimitadas con recursos limitados conduce a la frustración de quienes se ven excluidos de determinadas prestaciones sociales.
En España «Asistimos a la crisis de la Transición, crisis de sus hombres, de sus partidos, de sus periódicos, de sus procedimientos, de sus ideas, de sus gustos y hasta de su vocabulario (…) el más humilde de vosotros tiene derecho a levantarse delante de esos hombres que quieren perpetuar la Transición (…) y decirles: ‘No me habéis dado maestros, ni libros, ni ideales, ni holgura económica (…); soy vuestro acreedor, yo os exijo que me deis cuenta de todo lo que en mí hubiera sido posible (…) y no se ha realizado, quedando sepultado en mí antes de nacer; que ha fracasado porque no me disteis lo que tiene derecho a recibir todo ser que nace en latitudes europeas'. Salvo Pablo Iglesias y algunos otros elementos componen estas Cortes partidos que (…) podrían considerarse continuación de cualesquiera de las Cortes de 1978 acá (…) La España oficial consiste, pues, en una especie de partidos fantasmas que defienden los fantasmas de unas ideas y que, apoyados por las sombras de unos periódicos, hacen marchar unos ministerios de alucinación".
Como ha señalado recientemente José Luis Pardo en su reciente y galardonado libro «Estudios del malestar», si se sustituye «Transición» por «Restauración» y «1978» por «1875» (el Pablo Iglesias queda incólume porque es el del PSOE) el lector ilustrado detectará el famoso discurso de Ortega «Vieja y nueva política», pronunciado hace más de un siglo, en 1914. De vértigo.
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