El agricultor se esfuerza por preparar bien el terreno para la siembra. El grano sembrado se desarrolla por su propia fuerza. El Señor con esta comparación expresa el vigor íntimo del crecimiento del Reino de Dios en la tierra. La predicación del Evangelio es la semilla esparcida por el mundo que dará su fruto. Dicha semilla no depende de quién siembra o quién riega, sino de Dios que da el incremento. El Reino de Dios indica la obra de la gracia en cada alma. Dios obra silenciosamente en nosotros una transformación, haciendo brotar en el interior de nuestra alma resoluciones de fidelidad, de entrega, de correspondencia a la gracia. ¿ Quién no ha experimentado alguna vez el deseo sincero de ser más humilde, más caritativo, más cristiano?. Es necesario el esfuerzo personal para ser mejor, pero siempre es Dios quien actúa definitivamente. El Espíritu Santo es quien, con sus inspiraciones, nos va dando la ayuda sobrenatural que necesitamos.
Si somos dóciles al Espíritu Santo, la imagen de Cristo se irá formando cada vez más en nosotros e iremos así acercándonos cada día más a Dios Padre.- El Reino de Dios está ya en medio de nosotros ( Lc. 17,21). Para que brille la misericordia del Señor que nos exalta, que nos hace grandes, es preciso que nos encuentre pequeños, humildes y sencillos.
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