Que éste es un país de pícaros no es ninguna novedad. Tan sólo es un recurso para sobrevivir en un lugar en el que, incluso cuando las cosas van viento en popa, la tasa de paro siempre tiene dos cifras. Y claro, hoy en día, con las cosas como están, la picaresca campa por sus fueros, y ya no sólo por costumbre carpetovetónica, sino por falta de alternativas. El tema inmobiliario en Eivissa, especialmente en verano, se está poniendo imposible y alimenta esta picaresca tan española hasta el punto de que ya no se sabe si un presunto ‘okupa' es un presunto ‘usurpador' o un presunto ‘estafado'. El verano pasado los juzgados ordenaron el desalojo del edificio El Divino, situado en la rotonda de la avenida de Santa Eulària de Vila. Allí había ‘okupas' que se reconocían ‘okupas' y había inquilinos que se declararaban ‘estafados' por un hombre que les ‘alquiló' una serie de pisos que no eran suyos. Tal vez la renta, 400 euros, tan barata en comparación con los precios ibicencos, les podría haber hecho sospechar... Un joven empresario español que fue expulsado esta semana de una casa de Cala de Bou, a la que aún se estaba mudando, explicó a este periódico que un italiano le alquiló el piso y que por ello le entregó 2.400 euros, 1.200 de fianza y 1.200 por el primer mes. Los representantes de la propiedad, una inmobiliaria, le vieron y llamaron a la Guardia Civil. Ni unos ni otros le creen, y se le imputa un presunto delito de usurpación. Él, por su parte, muestra un contrato que la propiedad cree que es falso, ya que sólo tiene una página y el ‘inquilino' no muestra recibo. Con este panorama, podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que hay cosas que nunca cambiarán.