Mi colega, Lucía Méndez, ha dicho, con cierta sorna pero cargada de razón, que lo que vimos el lunes en la sede socialista de Ferraz no fue un debate entre candidatos, sino una tertulia entre compañeros, un intercambio de pareceres, una sucesión de opiniones, un compendio de propuestas y, en definitiva, un encuentro entre iguales, con apenas pequeñas diferencias en los matices. Es verdad que de allí no salieron grandes titulares y que el cara a cara se podía haber organizado de otra manera, que le hubiera dotado de mayor contenido, pero como cualquier cosa novedosa se puede ir perfeccionando poco a poco. El PSOE es un enfermo grave, que necesita algo más que un analgésico para recuperarse.

Es verdad que a los viejos del lugar este proceso que conduce al partido hacia las primarias abiertas a militantes y simpatizantes les parece casi esperpéntico, acostumbrados al férreo control del partido a través de los ahora denostados «aparatos». Es verdad que para algunos instalados en los antiguos modos de liderar un partido político, lo que estamos viendo no deja de ser una pasarela de candidatos, una operación de marketing, pero lo cierto es que los nombres y las caras si cuentan en contra de lo que algunos predican.

Claro, que la política no es cosa de guapos o feos, sino de buenos o malos dirigentes, de buenas o malas formas de cumplir el mandato de los ciudadanos, pero la imagen no es una cosa menor en los tiempos que corren. Y no me refiero a la imagen física, que también puede influir, sino sobre todo a la imagen mediática, a la forma en que los nuevos políticos hacen uso de las nuevas herramientas. La televisión, el Twitter, el Facebook.... son aliados perfectos para movilizar el voto sobre todo entre la gente joven, la que nunca se ha acercado a las urnas y cerrar los ojos a esta nueva realidad no sirve de nada, salvo para regodearse en un pasado que no volverá.