La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) ha decidido reducir la producción para conseguir un incremento de los precios del crudo, sometido en los últimos meses a presiones bajistas debido a la caída de la demanda, que tiene su origen principalmente en la crisis económica mundial. Y si bien es cierto que, en sí, los bajos precios de las materias primas no son un escenario deseable, tampoco es razonable una senda alcista que los vuelva a situar en los máximos del pasado verano, cuando alcanzó los 147 dólares por barril.

En cualquier caso, el despegue de la economía, que los especialistas auguran para un futuro en el medio plazo, amén de la adopción de medidas excepcionales que han llevado a cabo la mayor parte de los gobiernos del mundo occidental, requiere de unos comportamientos de las materias primas que escapan a los mecanismos de control que puedan establecer organizaciones y estados, puesto que existe el componente de la demanda, algo sometido a la confianza de los consumidores finales, hoy por hoy, reacios a retomar la senda del gasto y de la elevación de costes.

Cierto que los países productores necesitan con urgencia que el precio del crudo se incremente y que la demanda se sostenga dentro de unos límites precisos para no ver tambalearse su sistema económico. Pero deben hacerlo de forma que no se tensen los mercados y se produzca una nueva caída en el consumo, algo que ya sucedió cuando el petróleo alcanzó sus niveles máximos.

Se trata, ciertamente, de difíciles equilibrios en unos tiempos complejos en los que se deben tener en cuenta múltiples factores a la hora de plantear cualquier reestructuración que afecte a elementos básicos que determinan la evolución de la economía.