El Gobierno español ha ofrecido enviar entre 1.000 y 1.200 soldados para participar en la fuerza de pacificación de el Líbano. Esto sucede poco tiempo después del incidente registrado en el Congo, donde el contingente español sufrió impactos de bala en uno de sus vehículos, sin que hubiera que lamentar ni muertos ni heridos. Evidentemente, todas las misiones que llevan a cabo nuestras Fuerzas Armadas comportan algún riesgo, en mayor o menor grado.
A menudo olvidamos que las tareas del Ejército tienen un componente de vigilancia y seguridad que difiere sustancialmente de las labores que desarrollan las ONG y que, naturalmente, conllevan un enorme peligro.
El Estado tiene el deber de responder a sus compromisos internacionales y facilitar, en las misiones para las que se le requiere, aquellas tropas que se precisan para el mantenimiento de la seguridad y la paz en diversos rincones del Planeta, siempre de acuerdo con las posibilidades materiales que tenemos.
Tanto en el caso del Congo como en el de el Líbano, además, la presencia española obedece al requerimiento de las Naciones Unidas para garantizar el cumplimiento de la normativa internacional.
No hay lugar, por tanto, a la retirada de nuestro Ejército de los remotos países en los que desarrolla su labor, como han pedido algunas fuerzas políticas, ya que eso supondría dar la espalda a la comunidad internacional y a los compromisos adquiridos.
Ahora bien, es preciso que los contingentes militares españoles, se hallen donde se hallen, cuenten con todos los medios humanos y materiales precisos para cumplir con las misiones que tienen asignadas con la mayor seguridad posible para la propia integridad de todos y cada uno de nuestros soldados.
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