Hoy celebramos el Día Contra la Violencia de Género, una jornada que instituciones de todo tipo aprovechan para recordarnos la magnitud del problema y algunos procedimientos para erradicarlo. Sin duda todas las medidas policiales, judiciales y de protección a las víctimas han de ser rápidas y universales, de forma que cualquier mujer que se vea expuesta -o tema serlo- a esa situación encuentre una salida urgente y satisfactoria. Pero con eso no se acabará el problema, ni mucho menos. Por eso se comprende la insistencia de los expertos en reclamar medidas de tipo educativo, de concienciación, en todos los segmentos de la ciudadanía. ¿Cómo van a percibir los niños, por ejemplo, que nuestra sociedad es igualitaria cuando toda la publicidad se basa en un sexismo gratuito y abusivo? ¿Cómo, si en la mayoría de los hogares las mujeres cargan con el trabajo doméstico gratis y por obligación? ¿Cómo, si se fomenta el deporte competitivo en los varones y la danza en las niñas? Mientras todo el entorno en el que se crían nuestros hijos proclame a gritos una desigualdad secular y lacerante, nunca nos libraremos de la violencia de género, porque ésta se basa exclusivamente en la convicción por parte de algunos hombres de que la mujer es poco más que un objeto, un ser débil y manipulable, una posesión de la que deshacerse cuando pretende dejar de estar sometida.

Con este paisaje humano será difícil que cuajen conceptos básicos como la igualdad, no sólo en las generaciones más mayores, sino también en las jóvenes, donde también se reproducen conductas de violencia y sexismo. Es una herencia nefasta que entre todos debemos saber enfrentar, con nuestras instituciones a la cabeza, que deben poner todos los medios al alcance.